Espacio Turina, domingo 16 de junio de 2019
Escuchar dos obras tan emblemáticas de la escritura camerística como el primer Cuarteto con piano de Brahms y el Quinteto con piano de Schumann de una tacada, era una oportunidad única que en manos de la profesionalidad y el buen hacer de las y los músicos de la Sinfónica se erigía en garantía para disfrutar de la música romántica. Siempre que aparecen en un mismo programa Schumann y Brahms surge inevitablemente, como si flotara en el ambiente, Clara Wieck Schumann. Quizás en esta ocasión le tocó a Tatiana Postnikova, nuestra querida y admirada pianista de la ROSS, transfigurarse en la esposa del complicado compositor y posible amada, que no está del todo comprobado, del autor del Réquiem alemán.
Lo cierto es que fue precisamente Postnikova quien más brilló en la interpretación de estas dos descomunales composiciones, a quien se unieron las otras dos mujeres del conjunto, una Katarzyna Wrobel que añadió cuerpo y ropaje a la epidermis del Quinteto, e Ivana Radakovich, que además de exhibir un control exhaustivo del violonchelo y extraer de él un sonido robusto y aterciopelado, leyó en perfecto castellano unas poéticas palabras sobre el sempiterno triángulo sentimental asociado a los autores y la aclamada pianista.
Dos obras imprescindibles del catálogo de cámara
Clara Schumann estrenó ante el público las dos obras programadas, aunque en un preestreno entre amigos fue Mendelssohn quien además de intervenir el scherzo del Quinteto de Schumann, afrontó la parte de piano. El Quinteto combina el rigor del cuarteto de cuerda con la fantasía y riqueza imaginativa que Schumann sabía impregnar a sus obras para piano. Postnikova acertó en esto segundo, logrando que la suya fuese una interpretación digna del concierto de cámara al que la pieza parece adscribirse, aportando un carácter rapsódico al conjunto, siempre desde la humildad que la caracteriza. En el Allegro inicial el primer violín y la viola sonaron algo raquíticos, el segundo incluso mecánico y poco natural en sus diálogos con el violonchelo. Tampoco el Finale resultó técnicamente impecable, aunque se acertó a dotar de virilidad y agilidad su monumental escritura. Mejores resultaron los movimientos centrales, con una Marcha fúnebre, espejo de Schubert y Beethoven, de clima adecuadamente trágico, y un Scherzo rápido y fogoso.
El primero de los Cuartetos con piano que compuso Brahms es una obra de juventud que manifiesta sin embargo una madurez expresiva sorprendente, cuya arquitectura eminentemente sinfónica permitió que su adaptación para orquesta por Schoenberg lo convirtiera en algo así como la Sinfonía nº 5 de Brahms. Requiere por lo tanto una interpretación compacta y bien equilibrada que fueron afortunadamente las señas de identidad de un conjunto que ahondó en efusividad, resplandor e intensidad emocional, especialmente en un Finale alla zingarese de ritmo irresistible. Como propina mamá Postnikova eligió Furia, una composición de su hijo Nikolai Managadze, de quien aún recordamos su excelente debut como violinista en la Sala Manuel García del Maestranza hace una década exacta.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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