Intonationes prestó su voz a la inauguración de la 28ª edición del certamen
El domingo 6 de marzo tuvo lugar la puesta de largo de la nueva edición del Festival de Música Antigua de Sevilla. Una cita imprescindible para los melómanos hispalenses, que en los últimos años ha generado enorme expectación y toda una escuela de especialistas en la materia.
Aparcadas las sedes habituales de las últimas ediciones, como el Hospital de la Caridad o los Reales Alcázares, ésta es la de la apuesta definitiva por el Centro de Músicas Históricas, ubicado en el recién rehabilitado Convento de Santa Clara de la calle Becas. Aunque la inauguración oficial de dicho enclave tuvo lugar el pasado 23 de febrero de la mano de Fahmi Alqhai, director del festival, y la Accademia del Piacere, no cabe duda de que la auténtica puesta de largo llegó anoche con este primer concierto de la presente edición del FeMÁS. Se trata de un espacio más generoso en virtudes acústicas que en aforo, si bien es verdad que no resulta menor que el Salón de Tapices del Alcázar, reservado en anteriores ediciones a algunas de sus citas más importantes. A golpe de vista pareciera que aceptara más de las casi doscientas localidades anunciadas, ganándose desde luego mucho en comodidad y confort térmico.
En primera línea de fuego se encontraba la más alta representación de la Delegación de Cultura del Ayuntamiento, junto al equipo directivo del certamen. Se echó en falta una vez más algún acto de bienvenida que otorgara carácter a lo que se espera de una inauguración en toda regla, y no nos referimos a los clásicos discursos institucionales de autobombo y complacencia. Se acusó demasiada austeridad también en la puesta en escena.
David Sagastume, director de Intonationes |
Con un ingenioso programa estructurado en torno a Carlo Gesualdo de Venosa, uno de los máximos exponentes del Renacimiento tardío, cuya atormentada y tumultuosa existencia no parece coincidir con su extrema sensibilidad poética y musical, Intonationes dio buena muestra de su excelencia a la hora de abordar composiciones seculares - la mayoría - y sacras - dos motetes de Tomás Luis de Victoria combinados con una antífona de Gesualdo. Con un marcado carácter solemne, David Sagastume, Rossana Bertini, Lluís Vilamajó, Giuseppe Maletto y Daniele Carnovich desplegaron un amplio abanico de texturas y articulaciones, dejando claro por qué cada uno merece la consideración de excelente polifonista. El elenco se preocupó por presentar cada pieza marcando acentos y personalidades, de forma que en conjunto la oferta no resultara monótona. Ninguno de los integrantes del conjunto se abandonó a la languidez o la pesadumbre con la que en ocasiones se aborda este material, salvo en casos estrictamente indispensables. Resulta estéril hablar de la valía de cada voz por separado, habida cuenta de su sobrada competencia y experiencia en el arte de la polifonía. Curtidos en agrupaciones del prestigio del Ensemble Gilles Binchois, Les Sacqueboutiers de Toulouse, Europa Galante, La Venexiana o Al Ayre Español, junto a maestros de la talla de Gustav Leonhardt, Rinaldo Alessandrini, Jordi Savall, Pierre Cao o Christopher Hogwood, no es de extrañar que sus interpretaciones alcanzaran la excelencia.
Un pulcro y refinado trabajo en contrapunto y armonía recorriendo cuatro bloques centrados en el arte madrigalista que tuvo a la ciudad de Ferrara como centro neurálgico. En el primer bloque se acusó el fuerte temperamento de Gesualdo junto al de Giaches de Wert, cuya predilección por lo homofonía aportó un claro contraste con el de Venosa. Bellísimo el madrigal Io taceró de Gesualdo. En el segundo bloque se exploró la vertiente sacra antes referida, con Victoria, objeto de varios homenajes a lo largo del festival cuando se cumplen cuatrocientos años de su muerte, como contrapunto a las disonancias y armonías extremas del protagonista de la noche. En este segundo bloque destacó el refinamiento de Sparge la morte. En el tercer bloque, alegres cantos amorosos de la mano de Luzzaschi, cuya tendencia a ornamentar la voz de soprano quedó demostrada con la intervención de Rossana Bertini, y Marenzio, sólo superado en cromatismo por el propio Gesualdo. Este bloque tuvo un carácter más profano, impetuoso y desenfadado. Y un canto dulce y armonioso en el último, protagonizado por el tránsito hacia el Barroco de Monteverdi, con el que los intérpretes bordaron Si ch’io vorrei morire, un difícil ejercicio de modulación en escala decreciente. Todo un muestrario de arte musical manierista, libre de las formas más rígidas del puro Renacimiento, y toda una experiencia de puro deleite y perfección.
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