De izquierda a derecha: Favre-Bulle, Van Kuijk, François y Robin |
Ocho años separan los primeros cuartetos de Mendelssohn de los tres que conforman el opus 44, fundamentalmente por exceso de trabajo como compositor, director y pianista. El nº 2 de este bloque, según el orden de publicación pero primero en ser compuesto, es posiblemente el mejor de los tres, donde Mendelssohn exprimió todo su potencial, virtuosismo y espiritualidad en feliz equilibrio entre el romanticismo y el clasicismo precedente. Los integrantes del cuarteto se cohesionaron a la perfección ya desde los primeros acordes, con modulaciones extremas y ricos juegos dinámicos y armónicos que atraparon al oyente sin darle tregua hasta el final. Con sus ricas melodías expuestas con brillantez y delicadeza, el cuarteto deslumbró por su exquisitez y sentimiento. Así, el allegro resultó apasionado y romántico, con frases expansivas y sensibles y un clima convenientemente poético. Tras un trepidante y elegante scherzo sobrevino un andante cuyas carencias expresivas se disimularon adaptándose a su forma de lied sin llegar a ser soso ni monótono, para finalizar con un presto arrebatado y agitado. Por cierto, que en las notas del programa se confundieron los movimientos de este cuarteto con los del Op. 13, compuesto diez años antes.
El Op. 44 de Mendelssohn sirvió de modelo para los Op. 41 de Schumann, que añadió su distinguida personalidad, un detalle que no pasó desapercibido para los músicos, que supieron cambiar de modo y espíritu para adaptarse a los colores y texturas de la escritura schumaniana. El sonido melancólico y dulce de Kuijk, junto al fulgor entusiasta de Favre-Bulle, la precisión meticulosa de François y el corpulento sonido de Robin, lograron una lectura pujante y envolvente del número 1 del opus 41. La admiración de Schumann por Mendelssohn se hace patente en el finale, cuyo vigoroso y precipitado ritmo entronca con los scherzi del dedicatario, y que en manos del Kuijk encontró el ímpetu y la disciplina que la página demanda, de la misma forma que supieron captar el espíritu introspectivo de su cálido y ensoñador adagio. Tras un exultante final aún nos deleitaron con una delicada y melódica pieza de Poulenc.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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