Cada vez que nos enfrentamos a un concierto de la ROSS en el Espacio Turina recordamos los que ofrecía la Bética de Cámara hasta hace prácticamente una temporada. Sin el nivel técnico de nuestra orquesta señera, pero con uno tan aceptable que hacía enorgullecernos de contar con tres conjuntos competentes y estables en la ciudad, Michael Thomas al frente de la formación componía programas muy atractivos como alternativa al oficialismo de las temporadas de abono de la Sinfónica. Nos aflige el parón en el que se encuentra la Bética, sin conocer cuál va a ser su futuro, a pesar de que Thomas será el encargado de dirigir el próximo concierto de la ROSS en este espacio. Mientras tanto, el último se encargó a uno de los concertinos invitados de la orquesta, igual que en otras ocasiones la dirige otro de sus concertinos, Éric Crambes, o uno de sus primeros violines, Vladimir Dmitrenco. Una sana y generosa iniciativa que da valor y rienda suelta a nuestros solistas para desplegar sus virtudes y habilidades.
Paçalin Zef Pavaci es un violinista competente y desde luego un apasionado sin fisuras. Su intento de poner en pie una obra tan compleja como el Concierto de Alban Berg hace un año, resultó insuficiente e insatisfactorio, pero las características del concierto que Mendelssohn compuso cuando era adolescente ofrecían ciertas ventajas para el concertino, por sus líneas ampulosas y virtuosísticas. Por mucho que Menuhin la recuperara y promoviera a mitad del siglo pasado, la pieza no logra suscitar interés más allá de completar el catálogo del insigne compositor y ayudar así a contextualizar su obra en cada momento y en progresión. Pavaci logró una lectura ágil y enérgica, con cuerpo pero a la vez espesa, haciendo alarde de virtuosismo y vigor, pero escaso en detalles y delicadeza. Ofreció una convincente línea de canto y facilidad para modular, evidente en el allegro final de aires gitanos; por el contrario su andante corrió por los mismos derroteros que el allegro inicial, tosco y agresivo, sin apenas finura.
La Sinfonía nº 2 de Beethoven estuvo en los atriles apenas una semana después de que escucháramos la versión para piano de Liszt en el Maestranza. Con bastante menos efectivos que cuando la han abordado en otras ocasiones, pero una incómoda saturación decibélica ocasionada por las dimensiones del recinto, los casi cuarenta integrantes convocados ofrecieron una lectura aseada pero desapasionada de la página, acertada en su explosión de júbilo y su estética clasicista, pero de nuevo sin delicadeza y con puntuales desajustes entre vientos y cuerda, que no siempre parecieron estar bien ensamblados. La generosa entrada de público, y su entusiasmo, augura un buen futuro para el ciclo.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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