Programa: Danza Húngara nº 1 y Sonata nº 3 en re menor Op.108, de Brahms; Danza Eslava nº 2, de Dvorák; La Gitana, de Kreisler; Sonata nº 2 en Re mayor Op.94bis, de Prokofiev; Variaciones Clásicas Op.72, de Turina. Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza, jueves 15 de febrero de 2018
Todas y todos tenemos alguna vez nuestra gran noche, que puede ser una celebración, un sueño cumplido o una ocasión para exhibir nuestras habilidades. Una gran noche conlleva también una gran responsabilidad no exenta de considerable ilusión. Aunque acostumbrada en un pasado reciente a ocupar primeros atriles junto a la OJA y la JONDE, y ha dado muchos recitales en solitario, la del pasado jueves en el Maestranza podría considerarse la gran noche de Macarena Martínez, en su ciudad natal, rodeada de los suyos, de quienes han confiado en ella y quienes esperan descubrir todo su potencial, además de la consabida crítica, posiblemente esperada como agua de mayo por una artista humilde que se dedica a la enseñanza y que recibirá las opiniones de los presuntamente expertos con tanta impaciencia como inquietud.
Para la ocasión eligió un programa ecléctico, como diversa fue su manera de interpretarlo. Quizás la lentitud con la que abordó la Danza húngara nº 1 de Brahms le perjudicó, obligándole a trazar largas líneas melódicas en sostenido que reflejaron cierta dificultad para mantener su estabilidad y precisión, surgiendo las temibles desafinaciones. Con la tercera y última de las sonatas para violín y piano del compositor alemán, Martínez exhibió cuerpo y potencia, aprovechando su rico material temático para ofrecer más profundidad expresiva que virtuosismo técnico, que es lo que habitualmente buscan los intérpretes noveles e inexpertos. Especialmente ágil en fraseo y con considerable dominio del legato, la violinista fue desplegando ritmo y lirismo si no de manera impecable sí harto satisfactoria. El adagio, una de las mejores páginas brahmsianas, lo resolvió con pasión y lirismo, despertando un caluroso e improvisado aplauso del público. Los dos movimientos conclusivos evidenciaron dinamismo y vitalidad. Bien conocido del melómano sevillano, Juan Escalera, quien la acompaña habitualmente en recitales y grabaciones, se adaptó con humildad y respeto a la violinista, consciente de que era su gran noche, desplegando habilidad, buena técnica y un consumado sentido del lirismo melódico.
La cuerda de Martínez, que sonó más bien áspera durante toda la primera parte del concierto, completada con una Danza Eslava nº 2 de Dvorák de líneas irregulares y la breve pieza La gitana del austriaco Fritz Kreisler, resuelta con un evocador aire bohemio, se tornó suave y aterciopelada en la Sonata nº 2 de Prokófiev, cuya transcripción del original para flauta debe resultar sin embargo más crispada y atrevida. Aun así fue una recreación válida, moderadamente juguetona y acrobática, aunque se quedó corta en parodia y humor. Lo mejor vino de la mano de Turina, a quien ambos intérpretes dedican su nuevo disco, y que sonó elegante, evocador y profundamente nostálgico, como las dos páginas impresionistas que ofreció como propinas al entregado público, Beau soir de Debussy y Habanera de Ravel.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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