Tras su triunfante regreso del Teatro Real, donde han representado la ópera La Calisto de Francesco Cavalli, la Barroca protagonizó su habitual intervención en el Femás, esta vez con la impagable colaboración del violonchelista Asier Polo, a quien hasta la fecha lo habíamos disfrutado en varias ocasiones junto a la Sinfónica, pero nunca con nuestro conjunto historicista. Como consecuencia tuvo que adaptar su maleable fraseo y estética desprejuiciada a los parámetros que exige una interpretación informada como las que nos suele ofrecer la orquesta, aunque estamos seguros de que no es la primera vez que lo intenta y que habrá tenido muchas ocasiones para afrontar estos dictados de la posmodernidad interpretativa.
Con el Espacio Turina abarrotado de público y su escenario convertido en estudio de grabación, disculpas del siempre dicharachero y simpático Ventura Pons mediante, ya que el concierto se está grabando en varias sesiones, las matinales en privado y las dos funciones programadas, solista y conjunto ofrecieron nada más y nada menos que cuatro conciertos para violonchelo de una sola tacada.
Del inabarcable catálogo de Vivaldi
Polo y Ruiz interpretan el Concierto para dos violonchelos de Vivaldi |
Polo se reservó los registros más agudos, aunque empezamos a atisbar en él cierta tendencia a cambiar puntualmente de tesitura y dar sensación con ello de falta de linealidad y entonación. El diálogo fluyó no obstante, dando paso a un concierto de Boccherini acaso seco y ocasionalmente estridente en el que al menos destacaron las voluptuosas cadenzas del compositor afincado en la Corte de Madrid. La orquesta apoyó de forma tímida, echándose en falta algo más de empuje y viveza, así como un mayor calado sentimental en su poético y melancólico adagio central.
Una agotadora exhibición
Andrés Gabetta |
La siempre celebrada exhibición de virtuosismo llegó de la mano del Concierto de Haydn, redescubierto en 1961 y rápidamente convertido en un éxito gracias a Jacqueline Du Pré, que lo adoptó como uno de sus favoritos. Extenso y alegre, su brillantez formal y portentosa melodiosidad se vio recompensada con una interpretación ágil y desenfadada, con solista y orquesta bien conjugados y un sensual lirismo desplegado en el elegíaco adagio. Tras el desquiciado allegro molto final, que Polo defendió con matrícula de honor, el público aún demandó más, como si no hubiera sido suficientemente generoso.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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