Francia 2019 137 min.
Guión y dirección François Ozon Fotografía Manuel Dacosse Música Evgueni y Sacha Galperine Intérpretes Melvil Poupaud, Denis Menochet, Swann Arlaud, Eric Caravaca, François Marthouret, Bernard Verley, Josiane Balasko, Heléne Vincent, Frédéric Pierrot, Aurélia Petit, Julie Duclos, Amélie Daure, François Chattot, Martine Erhel Estreno en el Festival de Berlín 8 febrero 2019; en Francia 20 febrero 2019; en España 18 abril 2019
Boston, Granada o Lyon se convirtieron en la primera década de este siglo en centros de la polémica religiosa al descubrirse en el seno de sus diócesis a sacerdotes pederastas encubiertos cuando no justificados por las autoridades que les dieron mísero cobijo. Un problema que sin embargo se dilata mucho más en el tiempo y el espacio, y alcanza a cada generación aún superviviente. Quienes hemos estudiado en colegios de curas hemos sido directa o indirectamente testigos de nauseabundas prácticas emotivo-sexuales aprovechando la situación de autoritarismo y superioridad ejercida por los docentes sobre el alumnado. El estigma se ha producido más sobre varones que sobre mujeres, dado el alto porcentaje del sacerdocio que ha convertido una supuesta vocación en una tapadera para una homosexualidad reprimida.
La nueva producción de François Ozon (En la casa, Potiche, El amante doble) se centra en los delitos de pederastia cometidos por Bernard Preynat en campamentos de boy scouts y catequesis en los noventa del siglo pasado. El detonante es la denuncia que ejerce un padre de familia numerosa, católico y conservador, por los abusos a los que fue sometido cuando era un preadolescente, y que se extiende al arzobispo y cardenal de Lyon Philippe Barbarin por su encubrimiento durante décadas, un crimen quizás más execrable que el del propio pederasta, escudado generalmente en su condición de enfermo u obseso sexual. El silencio de la Iglesia sometido a análisis quirúrgico austero y preciso a través de los testimonios casi documentales de tres víctimas de distinta condición espiritual e ideológica, el católico conservador aludido (Poupaud), el ateo que ha superado el trauma, pero actúa movido por una férrea moral ideológica (Menochet), y la víctima total que arrastra un dolor que le ha impedido el desarrollo sano y convencional de su persona y entorno (Arlaud).
Tres personajes encarnados con convicción por sus protagonistas, que tejen un mosaico de situaciones y relaciones, entre las que destacan las solidarias esposas de los dos primeros y la ternura de la madre (una contenida Josiane Balasko) del tercero. Pero hay algo que molesta en el conjunto, y es su excesivo discurso, su incontinencia verbal ya desde unas primeras secuencias plagadas de citas epistolares que enfangan el discurso de la película y malogra llegar con mayor eficacia a un público que se acerca a la propuesta con sobrado conocimiento de la polémica expuesta. Más implicación emocional y una mayor capacidad para transmitir con la imagen más que con la palabra, hubieran conseguido quizás mejores resultados en esta por otra parte larga película, a pesar de lo cual su coraje y valor como mensaje y piedra para construir un futuro menos violento y dañino le ha valido el Gran Premio del Jurado en el Festival de Berlín.
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