De izquierda a derecha: Rusillo, Cámara, Irusta y Brazo |
SQ4 lo forman cuatro jóvenes andaluces, sí porque Irusta también lo es, marbellí para más señas, instruidos cada uno en distintas tesituras del instrumento más joven de la formación sinfónica, más afín al universo jazzístico y apenas reivindicado en el clásico por los compositores franceses de principios del XX y los contemporáneos. Al utrerano Manu Brazo lo hemos disfrutado hace dos meses junto a la Bética de Cámara, y la temporada pasada con la Sinfónica Conjunta. Su brillante carrera en Gran Bretaña y sus magníficas prestaciones al saxo barítono, el que atesora mayor calidez y profundidad de sonido, le hacen merecer encargos de mayor calado. Sus compañeros no se quedan atrás y arrancaron muy significativamente con una composición del belga Jean-Baptiste Singelée, uno de los primeros en confiar en el instrumento que patentó su amigo Adolphe Sax y muy entregado a escribir piezas para estudiantes. Su Primer cuarteto Op. 53 se considera la primera pieza compuesta para toda la familia del saxofón, si exceptuamos los menos frecuentados sopranino, muy delicado, bajo, muy seductor para autores contemporáneos, y contrabajo, nada habitual. De él interpretaron con precisión y un indiscutible espíritu de serenidad y contención su Gran cuarteto concertante.
Brazo fue el único de los cuatro intérpretes que se atrevió con dos saxofones, cambiando el barítono por otro alto en la pieza del madrileño César Camarero, presente en la sala para comprobar las excelentes prestaciones del conjunto a la hora de poner de relieve su universo matemático, singular y muy reflexivo. Con Opus sectile quedó patente la capacidad del grupo para ofrecer un diálogo coherente y sincopado, perfectamente coordinado y combinado, captando nuestra atención de principio a fin con este mosaico de colores y formas tan hipnóticas como sinuosas. Las tres primeras de las siete Ciudades que integran hasta la fecha el work in progress de Guillermo Lago, alter ego profesional del compositor holandés Willem van Merwijk, encontraron eco en un conjunto que se manifestó algo menos fogoso de lo conveniente en Córdoba, pesadumbroso en Sarajevo y discretamente colorista en Addis Ababa (Etiopía), echándose en falta en general algo más de énfasis. Alguna que otra imprecisión, estridencia y nota falsa hizo aparición en el Cuarteto Americano de Dvorák, arreglado para saxofones por el especialista austriaco Christian Wirth, aunque en términos generales podemos asegurar que se trató de una exhibición bien articulada, fresca y considerablemente satisfactoria, teniendo en cuenta la enorme dificultad de estos brillantes metales. Con el Tango virtuoso del francés Thierry Scaich, repetido en una versión alternativa como propina, terminó este singular y gratificante concierto, haciendo precisamente gala de virtuosismo, ritmo y entrega entusiasta.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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