Los dos Nocturnos opus 48 que Chopin compuso en 1841 fueron la única propuesta de estricto repertorio clásico que ofreció el veterano pianista cubano Luis Lugo, marcando el estilo y el espíritu que habría de informar el resto del recital que dio en La Casa de los Pianistas ayer domingo de elecciones. Su perfil de pianista virtuoso y voluntarioso que combina en sus interpretaciones el marchamo clásico con el son cubano y la música popular latinoamericana, no casaba muy bien con el programa inicialmente anunciado desde la página web de la institución. Un programa exquisito que incluía piezas imperecederas como las bellísimas Variaciones Corelli de Rachmaninov, la misteriosa Sonata Op. 62 de Scriabin, la Sonata Op. 26 de Barber y el magistral Gaspard la nuit de Ravel, y que Lugo reemplazó en su totalidad para adaptarse mejor a su fórmula y lucir mejor su faceta de arreglista y compositor.
Una decisión que podríamos considerar falta de respeto al público congregado pero que aceptamos por el carácter absolutamente desinteresado del pianista, que según propia confesión hizo escala en Sevilla en su regreso de una gira asiática, para colaborar con el proyecto de Yolanda Sánchez y conocer lo que denominó último refugio de los pianistas y la música seria.
Rutina servida a rajatabla
Esos dos nocturnos de Chopin marcaron el estilo que habría de seguir Lugo en el resto de las páginas seleccionadas, con una amplia exposición definida por la quietud y la melancolía no exentas de ensoñación, que deriva hacia un tercio final de furia desatada al más puro estilo del virtuosismo aplicado a la demostración de fuerza y agilidad. No son las maneras que preferimos a la hora de abordar al maestro polaco, al que tan difícil es por cierto cogerle el punto. Ni afectado ni abrupto, y sin embargo Lugo se mostró lo uno y lo otro en cada extremo del Op. 48.
A partir de ahí todo fueron arreglos y reinterpretaciones suyas, una marca de la casa que le lleva a convertir temas y canciones populares en piezas de concierto clásico con Liszt en el espíritu y el horizonte. Un tercer movimiento del Concierto nº 2 de Rachmaninov con una pizca del segundo e interpolaciones de Gracias al vida de Violeta Parra y un tema argentino en el que se atisbó cierta falta de cohesión y naturalidad, precedió a un arreglo para piano del final de Horizon de Jon and Vangelis, siguiendo siempre la pauta mencionada.
Y después todo un amplio bloque dedicado a Ernesto Lecuona, buque insignia de la música cubana, sin sorpresas ni cambios de registro ni estilo, y con mucha exhibición de fuerza y dinamismo por parte del entregado y dicharachero pianista, hasta desembocar en la popular Malagueña camuflada entre arpegios, acordes desenfrenados y un fraseo abrupto no siempre suficientemente nítido. En las propinas, entre una exhibición de tímido jazz afrocubano y una versión solapada de Lágrimas negras, popularizada por Bebo Valdés, Lugo ofreció lo que más y mejor apreciamos, una espontánea reducción y recreación de la Rapsodia en Blue de Gershwin en atenta respuesta a una entusiasta espectadora.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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