Francia-España-Rumanía-Bélgica-USA 2018 121 min.
Dirección Jacques Audiard Guión Jacques Audiard y Thomas Bidegain, según la novela de Patrick DeWitt Fotografía Benoït Debie Música Alexandre Desplat Intérpretes Joaquin Phoenix, John C. Reilly, Jake Gyllenhaal, Riz Ahmed, Rebecca Root, Carol Kane, Philip Rosch, Allison Tolman, Rutger Hauer Estreno en el Festival de Venecia 2 septiembre 2018; en Francia 19 septiembre 2018; en España 10 mayo 2019
Cuando un director como Jacques Audiard, que ha abordado muchos géneros a lo largo de su carrera desde Mira a los hombres caer hasta Deephan, pasando por Un héroe muy discreto, Lee mis labios, De latir mi corazón se ha parado, De óxido y hueso y el imprescindible drama carcelario Un profeta, se interesa por un western es porque posiblemente ha encontrado en él materia para analizar una realidad o, en este caso, una idiosincrasia muy concreta. Parece que lo haya hecho en la novela de Patrick DeWitt, y con la ayuda de su fiel guionista Thomas Bidegain, que ya tiene experiencia en esto de retratar cowboys, aunque fueran modernos, en la muy interesante Mi hija, mi hermana, que escribió y dirigió hace un par de años, ha dado forma a un retrato cínico, agudo y certero del país que más simpatías, animadversión y desconcierto ocasiona, Estados Unidos.
Una historia de pioneros, de pistoleros y buscadores de oro, y de soñadores que alguna vez pensaron que otro régimen era posible en la tierra de las oportunidades. Un sueño que hoy ha naufragado definitivamente con un maníaco como Trump en la presidencia. Las hermosísimas tierras de Arkansas, Oregon y California, costa de Frisco incluida, son el paisaje encontrado en Almería y Navarra en el que dos hermanos asesinos a sueldo buscan a un hombre de bien, un científico que atesora una fórmula para encontrar oro, con el que pretende una utopía social que podría haberle dado la vuelta al capitalismo a ultranza que hoy impera en América del Norte. Un retrato a dos bandas que no escatima en violencia y tiene la desvergüenza de mostrar a sus pistoleros como seres que despiertan nuestra simpatía, a pesar de sus execrables crímenes. La misma simpatía que nos origina un país en el que todo es mastodóntico y espectacular, su gente desacomplejada y con la comedia en la sangre, y sus aires de libertad a pesar de todo inmarchitables, pero que todos sabemos es el epicentro y origen de muchos de los males que aquejan al planeta.
Como cantaban los Rolling y más tarde Guns ‘n Roses, pura Sympathy for the Devil, que en realidad se traduce como compasión, que también nos vale. Retrato a dos bandas porque se centra por un lado en estos dos hermanos que se quieren y protegen, protagonizan escenas de pura ternura y buscan cada uno a su modo un futuro mejor. Y por otro en el buscador de oro y su investigador, atraídos por un sentido de la comunidad y la solidaridad que pocas veces habíamos visto en la cultura americana, más centrada en el individuo que en la comunidad. Sólo en contadas ocasiones, por ejemplo en la célebre ¡Qué bello es vivir! habíamos visto en pantalla yanqui una apología tal de la justicia social, y pocos son los escritores, Steinbeck entre ellos, que lo han abordado y han dado así sentido a su trabajo, muchas veces para acabar mal parados.
Audiard se vale del excelente trabajo de sus actores, de la magnífica fotografía y de una eficiente banda sonora de Desplat, además de un atinado montaje y una meticulosa puesta en escena, para contarnos esta historia de violencia, camaradería y frustración que busca referencias en Eastwood y Tarantino y acaba con un sonado homenaje al más insigne de cuantos directores han abordado el western clásico, John Ford, recuperación incluida de una de las musas contraculturales del cine, el teatro y la moda de los setenta, Carol Kane. El talento del realizador le ha valido el premio al mejor director en Venecia y el César en esa categoría, además de en las de mejor fotografía, sonido y diseño de producción.
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