Josetxu Obregón no es ninguna novedad en los escenarios sevillanos. Hemos podido disfrutar de él, solo o en compañía de su afamado conjunto La Ritirata, aunque generalmente en formación reducida, tanto en el Festival de Música Antigua – sin ir más lejos esta misma pasada edición – como en estas Noches del Alcázar. Su presencia suele ser garantía de calidad y extrema seriedad, como parece ser demostró el pasado mes de marzo cuando presentó aquí su disco Cello Evolution, del que el constreñido programa ofrecido anoche fue un trasunto o resumen, centrado para la ocasión en la historia del instrumento a lo largo del siglo XVII en una creativa y siempre inquieta península italiana. Un repaso al violonchelo cuando empezaba a dejar de ser instrumento de acompañamiento para exigir una voz propia e imponerse como solista, comandando la melodía y ofreciéndose como base para el siempre fascinante contrapunto. Algo a lo que sirvió con mucha disciplina e interés la joven clavecinista Sara Johnson Huidobro, formando así un tándem exquisito, tanto como la música que sirvieron con primoroso deleite.
Lástima que las ilustraciones de Obregón sobre el programa no fueran más extensas y distendidas. Los autores, poco transitados, lo requerían. Y aunque sabemos que es una exigencia del ciclo alcazareño realizar las presentaciones oportunas, el bilbaíno debería haber aprovechado la coyuntura para profundizar más en el repertorio, habida cuenta su facilidad para la elocuencia, capacidad para comunicar y que el programa se le quedó algo corto, al menos lo suficiente para encajar una propina, una danza bergamasca de Giovanni Battista Vitali que desgranó con toda la riqueza ornamental y virtuosística que la pieza demanda. Sí estuvo en el programa con generosidad un maestro en la materia como fue Domenico Gabrielli, tan ligado a la Capilla de San Petronio de Bolonia y la Accademia Filarmónica como también lo estuvo Giuseppe Maria Jacchini, otro de los más frecuentados en este concierto. Un ricercare de Gabrielli para violonchelo solo sirvió para abrir la velada, con Obregón sentando las bases de lo que sería una constante en su interpretación, con una morbidez profunda y sensual que nos hizo sentir como si pisáramos colchones esponjosos. De seguido una sonata de Jacchini defendida con tanta delicadeza en su movimiento lento como vigor y agilidad en los más rápidos, dejando claro el dominio técnico del artista y su capacidad retórica y elegancia articulatoria.
Sara Johnson se ciñó con extrema pulcritud y una excelente capacidad para la ornamentación a las exigencias del instrumento dominante, unas veces sirviendo como impecable contrapunto, otras como base armónica y otras cumpliendo fehacientemente su cometido como instrumento dialogante. En sus intervenciones solistas, un Aria sopra la Spagnoletta de Bernardo Storace que consiste en una serie de seis variaciones conectadas por pasajes muy breves que la clavecinista resolvió con un virtuosismo extremo, y una romanella de Giulio de Ruvo sumida en la delicadeza, Johnson triunfó como aguerrida intérprete. Mientras, seguimos disfrutando del poder reflexivo y el carácter predominantemente relajado de Obregón, que tras una segunda sonata de Jacchini y un trattenimento de Angelo Maria Fioré, otro virtuoso del instrumento en su época que también contribuyó a su emancipación, resolvió con ahínco y mucha expresividad un capriccio de Frescobaldi, prodigio del contrapunto y la habilidad. Rubricó su intervención con dos piezas encadenadas de Francesco Paolo Supriano (o Supriani según las fuentes), verdadero artífice del repertorio como instrumento solista, relacionado con Nápoles y Barcelona cuando ambas estaban tan vinculadas. Se trata de una toccata en su doble versión a solo y acompañada, y una sinfonía con su habitual estructura tripartita, que sirvió para refrendar su dominio, ese sonido sedoso y a la vez misterioso y profundo que le caracteriza, y la estupenda compenetración con Johnson que mantuvieron en todo momento, y que culminó de nuevo de la mano de Gabrielli con otra preciosa sonata.
Fotografías: Actidea
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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