viernes, 18 de agosto de 2023

VARELA Y FERNÁNDEZ, COMPROMETIDOS Y BIEN COMBINADOS

XXIV Noches en los Jardines del Alcázar. Rosa García Varela, violonchelo; Pepe Fernández, piano. Programa: La nuit d’août (Tres romances Op. 22, de Clara Schumann; Capriccio en La bemol mayor H-U 247, de Fanny Mandelssohn; Tres piezas para violonchelo y piano, de Nadia Boulanger; Sonata, de Rebecca Clarke). Jueves 17 de agosto de 2023


El concierto de anoche en el Jardín de la Alcoba supo a síntesis entre los dos ciclos de cámara que nos ofreció el Maestranza en la última temporada y proseguirán en la nueva que arranca en un mes. Por un lado Rasgando el silencio, que nos está revelando de la mano de Carmen Martínez-Pierret la música compuesta por un gran número de compositoras, a menudo olvidadas, y por el otro esas Alternativas de cámara que diseña Juventudes Musicales como presentación de nuevos valores. Precisamente en este segundo ciclo pudimos disfrutar el pasado marzo de la pareja musical formada por el pianista utrerano Pepe Fernández y la violonchelista nazarena Rosa García Varela, que ahora repiten con un programa íntegramente formado por mujeres compositoras, dos netamente románticas, muy conocidas aunque sea a la sombra coyuntural de quienes fueron su esposo y su hermano respectivamente, y las otras dos enraizadas en los estilos y sones de finales del siglo XIX y principios del XX, que gracias a estas labores de difusión hoy ampliamente consolidadas, podemos considerar definitivamente integradas en el repertorio de concierto.

El arreglo que Varela realizó de los Tres romances Op. 22 de Clara Schumann, originales para violín y piano, formó ya parte del programa que presentaron ella y Fernández en aquel concierto en la Sala Manuel García del Maestranza. Arropados por una amplia representación de amistades y familiares, la joven pareja desgranó la tríada de piezas de la famosa pianista y compositora sin que acertáramos a observar diferencia ni progreso alguno respecto a su interpretación del mes de marzo. Varela volvió a desentrañar su particular elegancia en un instrumento del que sabe exprimir un sonido sedoso y homogéneo, mientras su compañero se adaptó a su amplio fraseo con mucho respeto y sensibilidad, sin que ello le impidiese mostrar unas formas, especialmente en agilidades, siempre dinámicas y muy comprometidas, algo que iría a lo largo de la noche demostrándonos que su habilidad al piano va creciendo al mismo ritmo que su capacidad expresiva y su delicada y elegante articulación. El Capricho de Fanny Mendelssohn, relegada en su época a la interpretación doméstica y hoy ampliamente reconocida, es una pieza de exhibición que cambia frecuentemente de registro y plantea alguna que otra dificultad de articulación a sus intérpretes, especialmente al violonchelo. Fernández desplegó también aquí una proverbial facilidad para dotar al conjunto de ritmo y energía, mientras Varela ofreció momentos de una clara intensidad lírica y otros más fulgurantes, sin apenas someter al instrumento a algunos cambios bruscos de tono y dificultad de afinación en pasajes de extremo virtuosismo.


No faltó misterio en las Tres piezas de Nadia Boulanger, delicadísima y tan moderada la primera como indica la partitura y muy bien supo apreciar Fernández, henchido de emoción mientras desgranaba sus casi minimalistas notas y al violonchelo, Varela mantenía la cuerda impecablemente sostenida. El carácter místico de la segunda disfrutó también de la meticulosa interpretación de ambos, mientras el revoltijo de acordes y arpegios que acumula la tercera, se benefició también del acierto de unos hábiles transmisores. Estas particularidades se repitieron, ahora ya de forma más rotunda y comprometida, en la Sonata para viola y piano de Rebecca Clarke, convenientemente arreglada para violonchelo, lo que dota a la pieza de mayor cuerpo y sustancia. La pieza, todo un ejemplo de virtuosismo y expresividad llevada al máximo de sus posibilidades, encontró en Fernández un intérprete endiablado y entusiasmado, mientras ambos exhibieron esa complicidad imprescindible para llevar a tan buen puerto una interpretación tan exigente, fatigosa y desgarradora. La transición progresiva del bucólico adagio al tempestuoso allegro final mereció todos los elogios posibles. La inspiración de Clarke en el poema Las noches de mayo de Alfred de Musset, precisamente sobre la inspiración artística, sirvió como leit motiv a este concierto, titulado justamente Noche de agosto. En la propina, un delicado arreglo de Alfonsina y el mar, Varela perdió la oportunidad de hacer llorar a su instrumento, pero aun así la versión resultó conmovedora.

Fotos: Actidea
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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