Juntos o por separado, compartiendo conjunto o colaborando en pareja, son muchas las veces que hemos podido disfrutar en Sevilla del talento al clave de Javier Núñez y el más que competente trabajo de Rami Alqhai a la viola da gamba. La de anoche fue la última oportunidad hasta ahora de verlos y escucharlos juntos, y aunque el nivel no estuvo en todo momento a la altura de las expectativas, hubo razones para disfrutar del evento y mantener la buena opinión que nos merecen estos atribulados y responsables músicos que han crecido y evolucionado ante nuestros ojos y, sobre todo, oídos.
El programa con el que acudieron en cita única a esta edición de las Noches del Alcázar estuvo integrado por obras de compositores españoles e italianos ligados al último Renacimiento y el Barroco incipiente, en muchos casos justo en la transición entre uno y otro período artístico, en una época en que la relación y la influencia entre ambas penínsulas era notoria y muy enriquecedora. En los atriles un buen puñado de compositores imprescindibles, un objetivo común, lucirse en los adornos y ornamentaciones con un espíritu eminentemente virtuoso, y el trabajo serio y disciplinado de Alqhai en las adaptaciones de algunas de las piezas elegidas al instrumento que domina y que se erigió en protagonista de la velada, la viola da gamba. Con ella en solitario arrancó el recital, una selección de recercadas de Diego Ortiz, ejemplo de español que desarrolló gran parte de su carrera en Nápoles y publicó un tratado de glosas referente aún hoy para acometer el noble arte de la improvisación y la ornamentación en ambos instrumentos. Primero Alqhai en solitario, luego con el acompañamiento no siempre bien acompasado de Núñez luchando por adaptarse al fraseo emborronado de la cuerda, ambos dejaron entrever su control sobre la materia que se vería reforzado con los arreglos del violagambista sobre Marizápalos del guitarrista barroco Gaspar Sanz, con una agilidad animada y vitalista que se mantendría en la muy dancística Gagliarda Milanesa de Antonio de Cabezón, completando ese viaje de ida y vuelta entre el Renacimiento y el Barroco que inspiró el primer bloque del programa, y que culminó con los célebres Canarios en versión del tarraconense Martín y Coll, de los que Alqhai ofreció una interpretación fluida y competente.
Una envolvente sonata inspirada en otra danza, la bergamasca, de Salomone Rossi, perfecto ejemplo de esa transición aludida, abrió un segundo bloque en el que pudimos apreciar un preocupante batiburrillo en La dama le demanda de Cabezón, con la que Javier Núñez hizo todo lo posible para disimular y adaptarse a la pérdida de control momentánea de su compañero, solventada en unas Romanescas con claras influencias italianas de Alfonso Mudarra, dechado de virtuosismo y energía contagiosa. Lo mejor sin embargo se reservó para el final, con La suave melodía de Andrea Falconieri, defendida con una notoria melancolía y un impecable fraseo perfectamente acompañado al clave con impoluta técnica, y que encontró el perfecto contrapunto en frescura y agilidad con su corrente, especialidad del autor. Le siguió una pieza de Bernardo Storace, Monica, defendida por el clavecinista haciendo honor al magisterio del autor en cuestión de diferencias y variaciones. Una folías de Martín y Coll de impecable resolución culminó la exhibición antes de que los intérpretes recuperasen como propina obligada un Guárdame las vacas que antes se había caído del programa y ambos defendieron con idéntico ahínco y profusa vitalidad.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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