sábado, 18 de febrero de 2023

KIKO VENENO Y UNA BÉTICA EVOCADORA

Temporada 2022-2023 de la Orquesta Bética de Cámara. Kiko Veneno, narrador. Michael Thomas, director. Programa: Concierto en mi bemol mayor “Dumbarton Oaks”, de Stravinski; Suite de Appalachian Spring, de Copland; Petya i volk (Pedro y el lobo), de Prokofiev. Espacio Turina, viernes 17 de febrero de 2023


Prosigue la escalada de la Bética de Cámara hacia la esperada celebración de su centenario, el próximo 24 de marzo, con El retablo de Maese Pedro de su fundador, Manuel de Falla. Y lo hace en este su último programa hasta el momento con tres atractivas y sintomáticas obras de primera mitad del siglo XX, unidas por el mecenazgo de la pianista estadounidense Elizabeth Sprague Coolidge, bajo cuyo patrocinio florecieron en Estados Unidos algunos de los más eminentes compositores de la época, locales y europeos. Stravinski y Copland fueron algunos de ellos, a quienes se les encargaron trabajos de distinta índole en parte sufragados por la artista y las instituciones que presidió durante su excitante vida. Prokofiev, también beneficiario de su entusiasmo, coronó este concierto con su celebérrimo trabajo didáctico Pedro y el lobo, para lo que la orquesta contó con un invitado excepcional, Kiko Veneno, perpetuando la costumbre seguida en las últimas décadas de que sea un artista del rock o el pop quien se encargue del cometido, con nombres tan rutilantes como los de Sting o David Bowie en el panorama internacional, o Miguel Bosé en el patrio.

En formación aún más camerística de lo que su propia nomenclatura anuncia, la orquesta, siempre bajo la batuta y supervisión de su principal artífice en esta etapa, Michael Thomas, atacó la pieza de Stravinski con vigor y mucha fiereza, quizás demasiado para afrontar con suficiente claridad sus intrincadas líneas y la transparencia de su compleja estructura melódica y armónica, de forma que resultó, sobre todo en su movimiento de arranque, algo caótica y desenfrenada. Este concierto de reminiscencias barrocas que le encargó el matrimonio Bliss para celebrar su treinta aniversario de boda, y que se estrenó en la mansión que le da título, Dumbarton Oaks, histórico lugar donde tuvieron origen las conversaciones por la paz que derivaron al final de la Segunda Guerra Mundial en la Carta de las Naciones Unidas, se benefició en su allegretto central de una compleja métrica que quedó bien definida y donde destacaron los arabescos de un hiperactivo Moisés Toscano a la flauta, y cuyo final con moto se saldó con la ligereza y la espiritualidad que la obra exige. Para la Primavera Apalache de Copland se eligió la suite para formación reducida de trece instrumentos, una de las cuatro (dos ballets sinfónico y camerístico, y sus dos correspondientes suites) que permiten disfrutar de su estética puramente a la americana, escuela de tantos compositores y disciplinas que han hecho de la música norteamericana la más popular hoy en día, tal como explicó el propio Thomas en una larga y esforzada locución antes de abordar su interpretación.


La interpretación que Thomas y el conjunto hicieron de la obra de Copland se caracterizó por unos tiempos lentos algo cortos de espíritu épico, con líneas contenidas poco precisas y faltas del lirismo y el misticismo que les informa. Mucho mejor resultaron, satisfactoriamente ágiles y enérgicos, sus pasajes más movidos, capaces de sugerir la fuerza de la naturaleza y el esplendor de los grandes paisajes a los que apela su gramática, impulsados por ese aire jubiloso que tan bien supo imprimirle la batuta de un entusiasta Michael Thomas, que llevó su conclusión hacia un clímax luminoso y altanero. Kiko veneno ejerció de flamante narrador del cuento Pedro y el lobo ilustrado con la música que Prokofiev compuso para presentar a los más jóvenes los diferentes instrumentos de la orquesta. La página exige una gran concentración y una intervención muy precisa de cada uno de los instrumentos solistas, y aquí fagot, oboe, flauta, clarinete, trompas y timbales cumplieron a la perfección, mientras la cuerda evidenció cierta flacidez que no ayudó demasiado a definir el carácter alegre y distendido del protagonista de la función. Por su parte, Kiko Veneno ejerció impecablemente su cometido, haciendo alarde de una dicción estupenda y una presencia excelente, además de esa simpatía canalla que le caracteriza, pero sin excesos ni estridencias. Lástima que algunas de sus frases, simultáneas a momentos álgidos de la orquestación, quedaran ahogadas, algo que se hubiera evitado con una discreta amplificación.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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