USA-Reino Unido 2011 148 min.
Dirección Steven Spielberg Guión Lee Hall y Richard Curtis, según la novela de Michael Morpurgo Fotografía Janusz Kaminski Música John Williams Intérpretes Jeremy Irvine, David Thewlis, Emily Watson, Toby Kebbell, David Kross, Peter Mullan, Niels Arestrup, Eddie Marsan, Benedict Cumberbatch, Tom Hiddleston, Celine Buckens
Estreno en España 10 febrero 2012
La principal virtud de la última película del mago Spielberg es que es imposible que a uno no se le salten las lágrimas sólo al pensar o referirse a ella. Como si le hiciera falta, supone la confirmación absoluta de un realizador enorme, magistral. Y supone además otra confirmación, la de que nos encontramos en un momento en el que impera el ejercicio nostálgico y la mirada al pasado. Sólo así se comprende que títulos como El artista o La invención de Hugo se estén convirtiendo en los más reconocidos de la temporada, además de Super 8 o Promoción fantasma (sí, también, dentro de nuestras fronteras pero igualmente mirando hacia el cine más comercial americano). Pero mientras otros imitan con ideas más o menos sorprendentes y originales, Spielberg echa mano del homenaje tradicional, del tributo a sus grandes maestros y referentes. Por eso no es difícil para cualquier cinéfilo encontrar en las poderosas imágenes de War Horse el espíritu de Kubrick, Lean y sobre todo John Ford, a quien Spielberg ya había hecho guiños en algunas de sus anteriores películas, como ese desplome de la madre que ve llegar un coche oficial presumiblemente con malas noticias en Salvar al soldado Ryan. En esta ocasión Spielberg ha optado por adaptar una emotiva novela de Michael Morpurgo, también en ocasiones guionista, generalmente de sus propias novelas, como Cuando vuelvan las ballenas, un film protagonizado por Paul Scofield y Helen Mirren en 1989, y con la ayuda de los guionistas británicos Richard Curtis, especializado en comedia romántica (Bridget Jones, Cuatro bodas y un funeral, Notting Hill, Love Actually) y Lee Hall (Billy Elliot), ha tejido un monumental fresco sobre la 1ª Guerra Mundial, visto a través de la lucha por la supervivencia de un caballo, y con la epopeya de su joven dueño y amigo recorriendo los cruentos campos de batalla en Francia para lograr su recuperación. En el camino, como le ocurriera al coche de aquel Rolls Royce amarillo dirigido por Anthony Asquith en 1963, el caballo va pasando de mano en mano, y vamos conociendo a distintos personajes involucrados en la infamia de la guerra, con la particularidad de que el equino es capaz de sustraer de cada uno y una lo mejor de su condición, lo que convierte el drama en un emocionante ejercicio de sentimiento y sensibilidad. Hace muchos años, desde finales de los 60, que no veíamos un film con esta apariencia por momentos ingenua y hasta infantil, porque hace mucho que el cine dejó de mostrar sentimientos sin complejos, a favor de una vorágine de violencia, ritmo desenfrenado y descarga continua de adrenalina. No sabemos si esta maravillosa película conectará con el público de hoy, el joven, que es el que siempre ha llenado las salas. Pero desde luego que conectará con los que crecimos con esas extraordinarias historias contadas con el corazón y realizadas con el alma, las que no se confían a la tecnología (aunque técnicamente sea impecable) sino al hombre. Todo lo que acompaña va en la misma línea: personajes entrañables incorporados por excelentes intérpretes, una fotografía extraordinaria reflejo de ese cine al que homenajea, especialmente el de David Lean de sus grandes epopeyas, tipo Lawrence de Arabia y La hija de Ryan, sin renunciar a su incontestable individualidad spielberiana, y una sensacional banda sonora del octogenario pero incombustible John Williams, quizás demasiado omnipresente pero no por ello menos hermosa, también en sí mismo un tributo a ese gran ilustrador de los inmensos parajes que fue Aaron Copland. Si la Academia de Hollywood, en uno de esos golpes de efecto que da de vez en cuando, premiara a ésta como la mejor película del año, sorprendería pero estaría plenamente justificado, porque representa la plena madurez de un cineasta con mayúsculas que nos ha regalado algunos de los mejores momentos cinematográficos de las pasadas cuatro décadas, y va por la quinta.
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