USA 2011 128 min.
Dirección Martin Scorsese Guión John Logan, según el libro “La invención de Hugo Cabret” Fotografía Robert Richardson Música Howard Shore Intérpretes Asa Butterfield, Chloë Grace Moretz, Ben Kingsley, Sacha Baron Cohen, Emily Mortimer, Jude Law, Christopher Lee, Helen McCrory, Michael Stuhlbarg, Frances de la Tour, Richard Griffiths, Ray Winstone
Estreno en España 24 de febrero de 2012
Coincide la nueva película de Scorsese con una ola nostálgica en el cine que podría venir determinada, como tantas otras cosas en esta penosa época que nos está tocando vivir, por la crisis económica, origen también de otros tipos de crisis, como la ideológica, la cultural o la de las ilusiones. Va dejando de parecer casualidad que la película triunfadora del año sea un film mudo (The Artist), que Spielberg fije su mirada en la épica clásica de los años 60 (Caballo de batalla), o incluso, permítanme que la incluya en el lote, que José Luis Gª Sánchez (con mucha menos fortuna y talento) desempolve un guión de Azcona y lo ruede al más puro estilo del Berlanga también de los 60 (Los muertos no se tocan, nene). Miradas puestas en un pasado al que Scorsese hace una emocionante declaración de amor. Dejando una vez más la violencia de lado, como ya hizo en otras ocasiones (La edad de la inocencia, Kundun, New York New York, ¡Jó, qué noche!), Scorsese se reinventa a sí mismo y logra que todos sus habituales lo hagan, incluida su sempiterna montadora Thelma Schoonmaker, para regalarnos un extraordinario cuento sobre el cine como captador de sueños, como generador de ilusiones, como vehículo para la más maravillosa de las magias. Y para eso nada mejor que recurrir a la más sofisticada y moderna tecnología, incluido un muy estimulante e intencionado uso del 3D. Sin ser de animación, los retoques digitales son tan abundantes que casi lo parece, lo que ayuda enormemente a dar al conjunto ese aire de ensoñación casi infantil, con una dirección artística (del ya mítico Dante Ferretti) y vestuario (la no menos prestigiosa Sandy Powell) apabullantes, una banda sonora de Howard Shore que se adapta como un guante a la ambientación e intención del film, en la que es su quinta colaboración con el director, y un elenco de personajes e intérpretes entrañables. Atención porque pasan desapercibidos Dalí y James Joyce entre los figurantes, y un Django Reinhardt interpretado por un actor (Emil Lager) de enorme parecido con Johnny Depp, curiosamente productor de la cinta. Una declaración de amor en toda regla a ese cine mudo del que parten las ilusiones, la magia y los sueños que en muchas ocasiones hemos perdido. Buster Keaton, Charles Chaplin, Harold Lloyd, D.W. Griffith, Douglas Fairbanks y sobre todo Georges Mélies, son objeto de esta emocionante declaración de amor, a través del emotivo y encantador viaje físico y emocional de dos niños, con una nostálgica y bulliciosa estación de trenes en el París de los años 30 como escenario principal. Homenaje pues de un cinéfilo empedernido, como ha demostrado en sus películas, documentales y trabajos dedicados a genios como Hitchcock, a un mundo de fantasía y efectos especiales, que no efectistas como lamentablemente suele ser habitual en el cine frenético de hoy, del que la cinta de Scorsese huye recreándose más bien en sus secuencias y su excelente puesta en escena. Una delicia en toda regla, de obligada visión para todos y todas los que seguimos creyendo en el cine como fábrica de sueños y espectáculo de pura magia; un espectáculo al que se accede con una llave con forma de corazón, porque sin él no hay magia.
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