Teatro de la Maestranza, sábado 18 de febrero de 2012
Avisados de que Hampson ya no era la voz que nos ha encandilado durante tres décadas, nos sorprendió encontrarnos con el barítono de hermosísimo timbre y poderosísima proyección en plena forma. Y lo mejor de todo es que al contrario que otros que perpetúan las claves de su éxito como si fuera una gallina de los huevos de oro, sin preocuparse por renovarse ni analizarse, Hampson ha reflexionado tanto a lo largo de estos treinta años sobre un repertorio que ha cantado tantísimas veces, que la suya es una interpretación insólita e inédita de los irrepetibles ciclos de Lieder de Mahler.
Programado para noviembre pasado, cuando aún nos encontrábamos sumergidos en las celebraciones del centenario de la muerte del compositor, Hampson llegó por primera vez a Sevilla con tres meses de retraso sobre la fecha prevista, pero con toda la carga emocional y todo el poderoso torrente de una voz para la que el generoso espacio del Teatro de la Maestranza se le queda pequeño. Perfecto conocedor de las ilimitadas posibilidades de su voz, de todos los registros de los que es capaz, de su equilibrio y su modélica modulación, buen gusto indiscutible para las transiciones y los cambios de color y tono, Hampson recreó, como hace cada vez que se enfrenta a ellas, las hermosísimas canciones del músico austriaco, buscando siempre nuevas expresiones, matices y detalles que hacen que no tengan parangón con grabaciones o interpretaciones previas. Lo que en un principio podía resultar un programa monótono, a pesar de la excelencia de las composiciones, dejó de serlo en manos de tan sabio y hábil hombre de espectáculo, cuya capacidad para acaparar la atención logró reprimir hasta nuestro más mínimo gesto, lo que no impidió algunas, menos que en otras ocasiones, toses, y sobre todo que los entusiastas aplausos interrumpieran más de una vez la magia y la respiración de los conmovedores finales. Llegó a cortar literalmente el aire con su prodigiosa interpretación de la obra maestra indiscutible Ich bin der Welt abhanden gekommen (He abandonado el mundo), donde como en otras piezas Hampson sorprendió con unas formas de apianar que suponen en sí mismas toda una recreación artística, novedosa y sensacional.
Wolfram Rieger, excelente acompañamiento |
Desventuras amorosas, exaltaciones de la Naturaleza, reflexiones dramáticas, contención, profundidad, implicación y devoción... todo eso tuvo su lugar en una noche para el recuerdo, con la impagable complicidad del pianista Wolfram Rieger, compañero de fatigas y emociones en más de un recital de la última década, de prodigiosa atención al detalle y excelente capacidad expresiva, protagonista de unas interpretaciones cargadas de intención y de emoción... un guante perfecto para la extraordinaria voz del barítono americano.
Sin explicación alguna para dejar fuera, como suele hacer, el primero de los cinco Rückert-Lieder, acabó ofreciéndolo como propina, no sin antes bromear ante el entusiasta y agradecido público, advirtiéndole que si queríamos bises tuviésemos cuidado, porque "Mahler ha escrito unos cincuenta Lieder y sólo hemos interpretado la mitad". Quedó claro, el protagonista era el compositor, él sólo un medium, y no iba a empañar esa intención obsequiándonos por ejemplo con algún clásico americano, de esos de los que es excelente embajador, como Porter, Kern o Berlin. Cualquier tipo de lucimiento tendría que venir sólo a través de Mahler. Esa sí que es actitud humilde y comprometida, ajena a cualquier divismo, al menos de cara al público, que es lo que importa, porque las miserias, si las hay, se tienen que quedar en casa.
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