Dirección Sam Mendes Guión John Logan, Neal Purvis y Robert Wade
Fotografía Roger Deakins Música Thomas Newman Intérpretes Daniel Craig,
Judi Dench, Javier Bardem, Ralph Fiennes, Naomie Harris, Bérénice Marlohe, Ben Whishaw, Helen McCrory, Albert Finney, Ola Rapace, Rory Kinnear
Estreno en España 31 octubre 2012
La película número veintitrés del más famoso agente secreto del mundo es la pescadilla que se muerde la cola. Los productores se las han ingeniado para acertar proponiendo para conmemorar el cincuenta aniversario de James Bond una historia que suponga de algún modo el fin y a la vez el arranque de las aventuras de tan carismático personaje. La llegada de Daniel Craig a la saga supuso un auténtico revulsivo y una renovación radical del universo bondiano, hasta el punto de que los tres títulos protagonizados por él hasta el momento ni siquiera comienzan con el famoso punto de vista del cañón de una pistola al son de la música de Monty Norman. El agente cínico y socarrón al que daba vida Sean Connery, el elegante y cómico que incorporó Roger Moore y el atrevido y seductor de Pierce Brosnan dieron paso a uno más acorde con los tiempos, atormentado, pesimista y decepcionado, duro hasta el masoquismo y emocionalmente impenetrable. En este título puede que todo eso llegue a su fin y próximamente las cosas vuelvan a su sitio. A caballo entre la espléndida puesta en escena y la impecable narrativa de Casino Royale y el planteamiento más farragoso y amargo de Quantum of Solace, la nueva aventura de Bond se revela una cinta de acción más próxima a los thrillers policíacos de nueva hornada que a los que beben de la iconografía de la saga. El tono es mucho más amargo, las relaciones humanas más personales y turbias, la acción eficaz pero menos espectacular, y no hay chica Bond concreta… o sí. Puede que esta vez M sea la chica Bond, con quien el protagonista mantiene una relación aún más maternofilial que en anteriores ocasiones. Hay villano, pero pertenece más al universo de los psychokillers modernos que a los dementes obsesionados con dominar el mundo a los que nos tiene acostumbrados la franquicia. Sam Mendes aporta más su nombre, que da prestigio a la serie como antes lo dieron otros nombres más asociados a un cine intelectual o emocional que al más estricto de acción y aventuras, que su pericia; al fin y al cabo estas películas casi se dirigen solas, con el piloto automático, gracias a un equipo de profesionales que conoce perfectamente cuál es su cometido, y que están adiestrados impecablemente en el arte del trabajo colectivo. El ritmo de la cinta decae continuamente como pocas veces antes, de forma que hay pasajes mortecinos en los que el interés mengua, dando paso a otros más moviditos e inquietantes; pero es en las escenas en las que aparece el malo de Javier Bardem cuando la película remonta el vuelo, ya que el español ha compuesto un villano de antología, carismático e hipnótico, que aúna comicidad e incomodidad con indiscutible ingenio. La muerte está más presente que nunca en esta entrega, desde la mismísima secuencia pre créditos hasta el desenlace, pero es en la capacidad para resucitar donde estriba el mayor interés y justificación de esta película que celebra como mejor cabía pensar cincuenta años encandilando a generaciones de seguidores. Nadie puede quedar impasible… a Bond no hay quien lo mate, ni Bourne ni ningún otro invento de pacotilla.
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