USA-Nueva Zelanda 2012 169 min.
Dirección Peter Jackson Guión Peter Jackson, Philippa Boyens, Guillermo del Toro y Fran Walsh, según la novela de J.R.R. Tolkien Fotografía Andrew Lesnie Música Howard Shore Intérpretes Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage, Andy Serkis, Ken Stott, Graham McTavish, William Kircher, Stephen Hunter, Dean O’Gorman, Aidan Turner, John Callen, Peter Humbleton, Jed Brophy, Mark Hadlow, Adam Brown, Benedict Cumberbatch, Ian Holm, Elijah Wood, Christopher Lee, Cate Blanchett, Hugo Weaving, James Nesbitt, Lee Pace Estreno en España 14 diciembre 2012
Cuando J.R.R. Tolkien comenzó a escribir su obra maestra El señor de los anillos, Europa se hallaba en la peor encrucijada de su historia reciente, los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial; y es evidente que esa circunstancia no debió escapársele y por lo tanto tuvo que influir en su intención y hasta en la resolución de su obra. A tenor de la exitosa y laureadísima adaptación cinematográfica de Peter Jackson no parece sin embargo que el realizador neozelandés comprendiera ese extremo y apenas logró, a nuestro juicio, imbuir de alma a su mastodóntica y costosísima, y por supuesto también innovadora, saga fantástica. Por el contrario la intención de Tolkien al escribir el cuento El hobbit fue sencillamente divertir a sus hijos, entonces pequeños, al menos eso dicen. Pero han pasado diez años desde la trilogía cinematográfica de El señor de los anillos, y ahora que Jackson ha madurado y reflexionado, parece haber querido plasmar en esta nueva trilogía los anhelos y preocupaciones del momento, eso sí, de nuestro momento, hoy y ahora. Cuando Ralph Bakshi decidió llevar al cine El señor de los anillos en 1978, se decantó por los dibujos animados, muy oscuros y tenebrosos por cierto, y tuvo que recortar considerablemente el contenido de la obra original hasta alcanzar apenas dos horas y cuarto de metraje. Justo lo contrario ha hecho Jackson con la obrita que le precede, ésta que ahora se estrena, que la ha extendido hasta las nueve horas (doce dura la edición completa y extendida de la anterior trilogía). Cierto que hay secuencias que se alargan, como la presentación de los treces enanos en casa de Bilbo Bolson, pero en general no queda la sensación de que la historia se haya estirado en exceso, tal es la cantidad de situaciones, aventuras y peligros que se ofrecen en esta primera entrega de la nueva trilogía. Con este nuevo título el realizador ofrece nuevas razones para seguir disfrutando del cine en los grandes templos reservados para ello, lo que sin duda merece un enorme agradecimiento; la experiencia no puede ser nunca igual en una pantalla de televisión, por muy sofisticada y grande que sea. El humor y el magnífico trabajo con los intérpretes, además de su acertada contemporización le dan a la cinta una nueva dimensión, la humaniza y le otorga el alma que las otras no tenían. Por supuesto que no olvidamos que ésta es una operación comercial en toda regla, y que se trata de explotar al máximo la gallina de los huevos de oro, pero afortunadamente se ha optado por hacerlo desde el respeto a los incondicionales de la obra de Tolkien, y del público en general, que con tan solo pequeños esfuerzos será capaz de reconocer muchos elementos que le preocupan en su acontecer diario y podrá incluso extraer conclusiones y recursos para intentar combatir esas mismas preocupaciones. Desconocemos el original literario en el que se basa esta espectacular película, lo que impide que podamos hacer una comparativa pero a la vez nos brinda la posibilidad de acercarnos vírgenes a esta adaptación y analizarla solo como producto estrictamente cinematográfico. Los diez años pasados entre El señor de los anillos y El hobbit no han pasado factura a la coherencia estética de la propuesta, como sí le pasó a la saga galáctica de George Lucas; por el contrario Jackson ha cuidado mucho la iconografía original y ha optado por mantener los aciertos visuales y efectistas precedentes, seguramente con mayor holgura a la hora de manejar presupuestos y recursos. Gracias a la tecnología digital ha logrado incluso rejuvenecer a los personajes que aparecían en el anillo con sesenta años más encima, de forma que Frodo, Elrond, Galadriel, Saruman o incluso Gandalf lucen un aspecto convenientemente más joven. Seguimos disfrutando de una mitología extraída directamente de la tradición del norte, con El anillo del nibelungo y El Rey Arturo como principales referentes de una iconografía que aglutina también buena parte de los cuentos clásicos infantiles, como La bella durmiente y sus bosques encantados, Blancanieves y sus entrañables enanitos, o Pulgarcito perdido entre terribles ogros y gigantes. Orcos y Trolls persiguen a los héroes de la función, y soluciones mágicas les salvan en más de una ocasión del atolladero. Pero entonces en qué se diferencia esta nueva propuesta para que a algunos a quienes no nos convenció la anterior saga, nos aburriera y apenas lograra emocionarnos, ahora nos rindamos a sus excelencias. Que Jackson, posiblemente ayudado por Guillermo del Toro, que durante más de dos años asumió la dirección y preproducción del proyecto y ha colaborado en la génesis de su guión, ha impregnado de emoción y alma a su paisaje físico y humano; y sobre todo que ha dotado al conjunto de unos valores y principios que permiten interpretaciones varias entre las que se encuentran los paralelismos con la situación mundial que vivimos en la actualidad. Así no sería extraño que al hablarnos de enanos despojados de sus tierras y riquezas se estuviera refiriendo a nosotros y el bienestar social del que nos vamos desprendiendo merced a un dragón con forma de banqueros despiadados. Que es más fácil vencer y robar a quienes acostumbrados al bienestar nunca han tenido que ejercer la violencia, y que aprender a reutilizarla se convierte inevitable y desafortunadamente en algo necesario para defender nuestro futuro y nuestra paz. Y que la inocencia y la bondad inherente a tanta gente corriente que vive su rutina con respeto y cariño debe motivarnos para combatir esas tinieblas que se ciernen sobre todos y todas y que tradicionalmente identificamos como el mal. Todo eso podría estar en la intención de Jackson y su valioso equipo, plasmado a través de extraordinarias y vigorosísimas viñetas multicolor, con un uso excelente de la tecnología tridimensional, que impregna de profundidad y potencia la ya rica fantasía que desprende la primera entrega de este sorprendente y sobre todo inesperado viaje para quienes a estas alturas no esperábamos mucho de sus encantos y propuestas.
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