USA 2012 95 min.
Guión y dirección Ben Lewin, según el artículo “On Seeing a Sex Surrogate” de Mark O’Brien Fotografía Geoffrey Simpson Música Marco Beltrami Intérpretes John Hawkes, Helen Hunt, William H. Macy, Moon Bloodgood, Annika Marks, Rhea Perlman, W. Eearl Brown, Robin Wright, Blake Lindsley, Ming Lo Estreno en España 21 diciembre 2012
De ascendencia polaca y con casi setenta años de edad, apenas sabemos nada del realizador norteamericano Ben Lewin, salvo que a lo largo de una dilatada carrera de casi cuarenta años ha dirigido varias series y películas de televisión y un par de largometrajes que al menos en nuestro país no han visto la luz. Y ahora nos llega con una pequeña joya bajo el brazo; una preciosa y exquisita película basada en una serie de artículos periodísticos del lingüista postrado en una camilla y la mayor parte de su tiempo enchufado a un pulmón artificial Mark O’Brien. Sus artículos analizaban una serie de sesiones experimentadas con una suplente sexual (una especie de especialista en la difícil labor de iniciar a un discapacitado en el sexo) cuando a los casi cuarenta años decidió perder su virginidad. En torno al sexo y la discapacidad hemos visto ya algunos títulos satisfactorios, como Nacional 7, y otros no tanto y más recientes, como Hasta la vista. Pero siempre habían incidido en el carácter generalmente malhumorado e irritado de sus difíciles protagonistas, aunque acertando en presentarlos como seres con sus emociones y sentimientos, tan corrientes y comprensibles como los de cualquiera. Persiste aquí lo segundo pero prescinde de lo primero, por cuanto lo más extraordinario de esta película reside en la dulzura y la extrema exquisitez de una persona que, al margen de sus limitaciones físicas, llega hasta el corazón de un puñado de personajes, en su mayoría del género femenino, a través de la palabra, del comportamiento, del respeto y la consideración. Cierto que tendremos siempre su punto de vista, que puede ser tan realista como iluso, y que la adoración que algunas de éstas acaban profesándole puede ser más fruto de su imaginación que de una realidad constatable, pero eso no quita fuerza ni validez a un discurso cuanto menos sensible y emotivo sobre las relaciones humanas. Y lo más excelente es cómo trata el sexo, de forma tan natural y sencilla, desinhibida por una vez, algo insólito todavía en el cine americano, aunque es la mujer, en este caso la siempre soberbia Helen Hunt, quien más enseña, mientras para él siempre queda la socorrida sabanita. Pero hay que aplaudirle la explicitez con la que se muestran las sesiones del título; de no haber sido así la propuesta hubiese quedado como una impostura y hubiera perdido frescura y convicción. El discurso continúa sus aciertos desde el momento en el que, debido a las circunstancias, el sexo se erige en el inicio de una relación que poco a poco se va haciendo más afectiva y personal, una consideración que deberíamos tener más en cuenta el resto de los mortales para ir dejando de demonizar conductas que no persiguen más que el placer y la satisfacción de una necesidad; la confianza y el conocimiento pueden o no venir detrás. Otro acierto es la inclusión de la Iglesia en el análisis, a través del carismático personaje de un sacerdote incapaz de censurar pero tampoco de aconsejar, desde su propia incapacidad y desconocimiento, al héroe de la función; a la vez que va tomando una conciencia de celos e incluso envidia frente a las experiencias que el protagonista le va detallando en su necesario enfrentamiento con sus propias creencias, generalmente censurantes, de la religión católica que practica. En definitiva, que sin estridencias ni salidas de tono, con diálogos e interpretaciones guiadas por la templanza y la exquisitez, esta película se digiere con tanto interés como curiosidad, dejándose llevar por sus postulados, dominados por el respeto y la amabilidad de sus propuestas. Como todo no podía ser perfecto, diremos que según nuestra opinión le sobra un final excesivamente edulcorado y lacrimógeno, pero esto es Hollywood y eso gusta.
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