USA 2012 127 min.
Dirección Ang Lee Guión David Magee, según la novela de Yann Martel
Fotografía Claudio Miranda Música Mychael Danna Intérpretes Suraj Sharma,
Irrfan Khan, Tabu, Rafe Spall, Adil Hussain, Ayush Tandon, Andrea di Stefano,
Gérard Depardieu Estreno en España 30 noviembre 2012
El nombre de Pi no parece que sea casual. Tratándose de una de las constantes más utilizadas en la investigación científica, la historia de este empedernido buscador de Dios y de una explicación al sentido de la vida parece apropiada para que su denominación tenga este parámetro tan empírico, tan en las antípodas del misticismo que empuja y anima la vida de este singular personaje. Recuerdo cuando sólo tenía 12 años que quedé fascinado por el contenido de un disco de Stevie Wonder que se llama La vida secreta de las plantas, tanto en lo musical como en su diseño artístico. Descubrí ahí tal exotismo y sensualidad que desde entonces lo asocié a la iconografía sobre la India que deseaba ver representada en cine e ilustración. No ha sido hasta ahora que he visto colmado ese anhelo, en forma de precioso largometraje de cristalina resolución y fascinante acabado estético y técnico. Pocas veces desde la macarra Avatar hemos visto en el cine la tecnología 3D tan bien aprovechada; apenas Scorsese con La invención de Hugo y sobre todo Wenders con Pina lo han conseguido. El todo terreno Ang Lee puede presumir ahora de sumarse a esos dos creadores en lo que al uso de este recurso se trata. Fotografía, efectos visuales, imagen virtual y tenología 3D se unen portentosamente para ponerse al servicio de esta historia increíble, conmovedora y prodigiosa que habla de supervivencia, amistad y ternura, pero por encima de todo de comunión con la Naturaleza, quizás el único Dios posible de cuantas religiones se empeñan en monopolizarlo, a todas las cuales presta especial curiosidad este impresionante y desde ya imprescindible personaje del cine, que antes lo fue de la literatura. Porque La vida de Pi adapta una exitosa novela del canadiense Yann Martel que transcurre en gran parte en una barcaza, y con un joven y un tigre como casi únicos personajes. La proeza que Hitchcock lograra en 1944 con Náufragos repetida ahora por el realizador taiwanés, aunque éste haya contado con un prólogo y algunos episodios sueltos que dan tregua a ese espacio único perdido en el horizonte del océano en el que transcurre la mayor parte del metraje de esta maravillosa película. Emocionante, emotiva y sobre todo tierna, todo lo que acontece en la película reviste un tinte fantástico que realmente no es tal; cada uno de los prodigios de la Naturaleza que presenta están demostrados empíricamente, y sin embargo dan tanto juego para crear una atmósfera irreal y fantasmagórica, una especie de sueño profundo, un paraíso al que parece sólo se pueda acceder a través de la fantasía y el asombro. Y es que hemos creado este Mundo tan absorto en banalidades que nos hemos olvidado del esplendor de todo lo que nos rodea, de lo que no hemos inventado nosotros sino que se nos ha regalado para que lo disfrutemos. Pi tiene la ocasión de experimentarlo a partir de una tragedia insoportable, en una aventura no deseada y sin embargo tan reveladora, tan enriquecedora; una experiencia única que da sentido a su vida y a la de cualquier ser humano, que empieza en un Arca de Noé y termina en una línea existencial ordenada y armoniosa, pacífica y entregada, con paradas en la renuncia, el sacrificio, la tolerancia y la constancia. Muy acertada la elección de Mychael Danna para ilustrar musicalmente esta exótica aventura. Este compositor canadiense, que ya colaboró con Ang Lee hace quince años en La tormenta de hielo y que trabaja habitualmente con su compatriota Atom Egoyan, ha demostrado en varias ocasiones su familiaridad con la música étnica india, como lo demuestran sus trabajos para cintas como Water o La boda del Monzón; el resultado es una partitura envolvente, preciosa, llena de cariño y emoción. Por todo ello La vida de Pi no es sólo una experiencia visual sin precedentes, ni un cuento moral instructivo y balsámico, sino que trasciende a todo ello para convertirse en experiencia vital y reflexión fundamental sobre lo que somos, lo que hacemos, nuestro entorno, representado por la circunferencia, y nuestra alma, su punto central, al que accedemos a través del diámetro en una relación cuyo valor es el número Π.
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