La presencia de la joven, hermosa, carismática y muy aclamada pianista china Yuja Wang en nuestro templo de la música era sin duda alguna uno de los momentos más esperados de la temporada, de esos que hacen historia y confirman la excelencia en calidad y actualidad de cualquier escenario que se precie. Con su habitual aspecto sensual a la manera de un personaje manga, y bendecida con un talento sobrehumano que ella aprovecha con un ímpetu y un temperamento exacerbado, tan propio de su edad como portentoso precisamente para esa misma juventud, el suyo es un pianismo gimnástico, de esos que generalmente asociamos a los acróbatas del teclado. Eso no impide que encontremos muchos motivos de alborozo en una artista descomunal, de esas cuyas interpretaciones fluyen con tanta naturalidad que apenas se atisba esfuerzo, que se funde con el instrumento como si fueran una sola materia.
De esta forma entusiasmó a un público asombrado e hipnotizado, atento a cada arpegio, cada movimiento y cada giro de una artista que pulveriza el piano, lo sobrecarga de notas y exhibe unas agilidades imposibles para cualquier otro ser humano.
La Sonata nº 3 de Prokofiev es un trabajo muy apropiado para la naturaleza de esta artista, en proceso de madurez, imbuido de espíritu juvenil y primaveral, virtuoso y enérgico sin descuidar el atractivo melódico de su tema principal. Así mismo domina el lenguaje jazzístico de falsa y muy metódica improvisación de Nikolai Kapustin, a través de unas variaciones en las que Wang se abandona con valentía y arrojo a una pautas estéticas muy alejadas del rigor clásico y romántico del resto del programa. Sin partitura en ningún momento de su actuación, transmite la impresión de haber digerido y asimilado cada acorde para a continuación expulsarlos según su particular manera de entenderlos y aplicarlos. Su versión de los Tres movimientos de Petrouchka resplandece ya desde la grabación que ofreciera hace algo más de tres años en su disco Transformation, y que mimetizó de forma muy satisfactoria en su comparecencia sevillana. Prácticamente logró contarnos desde el teclado la historia de esta marioneta con alma que se va paulatinamente convirtiendo en humana, enfatizando la expresividad de esta pieza retadora para el más disciplinado de los intérpretes, aprovechando al máximo la rica textura de la pieza con una rotunda claridad y un sentido dinámico y vívido del ritmo.
Apercibidos estábamos tras sus conciertos en Madrid y Zaragoza de que Chopin en sus manos incurre en ese exceso de afectación propio de épocas pasadas, hoy superado gracias a la clarividencia de tantos otros intérpretes que han sabido ver en la música del compositor polaco otras capas de expresividad que van más allá del mero sentimentalismo romántico. Al margen de cierto acompañamiento perturbador en los momentos más tormentosos, en los que la artista supo conjugar algunos aspectos disonantes con el virtuosismo demandado en gran parte de las páginas chopinianas, faltó en sus interpretaciones, especialmente en la Sonata nº 3, más acierto a la hora de combinar poesía y técnica, merced a un fraseo más relajado de lo conveniente para aliviar su excesiva seriedad. Wang exageró melodiosidad en el primer movimiento, atacó de forma muy dulzona el vigoroso y tajante scherzo, divagó mucho en su sereno nocturno, y se quedó corta a la hora de exhibir las sombras de su exultante final. Afortunadamente imprimió el Nocturno Op. 48/1 y la Balada nº 3 de suficiente cantabilidad y emotividad, aunque pecando de nuevo de falta de dramatismo. Sus generosas propinas le llevaron a atiborrar de notas y filigranas unos arreglos, desconocemos si fruto de sus improvisaciones o perpetrados por otros, de las seguidillas de Carmen de Bizet, la canción Tea for Two de Vincent Youmans y el Rondo alla turca de la Sonata nº 11 de Mozart; con el Vals Op. 64 nº 2 de Chopin fue más comedida y escolástica, si bien de ella no se puede decir que sea una artista muy académica; todo lo contrario, se trata de un fenómeno de la naturaleza con una visión muy personal de la interpretación musical, que quizás tenga que pulir su expresividad para llegar a emocionarnos sinceramente, o puede que sencillamente pase a la historia como lo que es, un asombroso espectáculo de esos que sólo se producen de vez en cuando y nacen una entre un millón.
No fueron las seguidillas de "Carmen" (que suenan en el primer acto con el texto "Près les remparts de Seville"), sino la "Chanson Bohemiène" del segundo acto. Es un arreglo -impresentable- de W. Horowitz.
ResponderEliminarImagino que sabes que la segunda foto no es de Yuja...
ResponderEliminarGracias por las aclaraciones; estaba convencido de que eran las seguidillas, pero ahora que lo dices me doy perfectamente cuenta de mi error. En cuanto a la foto me resultaba algo extraña, pero no cabe duda de que ilustra bien la puesta en escena de la artista, así que la dejo
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ResponderEliminarAl final ha decidido cambiar la foto, no vaya a ser que me demande la pianista ruso-americana Lola Astanova. Gracias de nuevo por vuestras aclaraciones, y sobretodo por leerme.
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