Dirección Justin Kurzel Guión Todd Louise, Jacob Koskoff y Michael Lesslie, según la obra de William Shakespeare Fotografía Adam Arkapaw Música Jed Kurzel Intérpretes Michael Fassbender, Marion Cotillard, David Thewlis, Elizabeth Debicki, Jack Reynor, Sean Harris, Paddy Considine, Julian Seager, David Hayman Estreno en el Festival de Cannes 23 mayo 2015; en Reino Unido 2 octubre 2015; en España 25 diciembre 2015
La profecía dictada por tres brujas en la Escocia medieval que el noble guerrero Macbeth se empeña en hacer realidad a fuerza de sangre y fuego ha conocido varias e ilustres adaptaciones a lo largo de la historia del cine; desde Orson Welles a Roman Polanski pasando por Akira Kurosawa y su Trono de sangre, todos han puesto su granito de arena para ilustrar la rabia de este paradigma de la ambición y la tiranía sin límites. Como todo Shakespeare, poner al día su alma y contenido puede servir a las nuevas generaciones para someter a análisis y juicio las grandes virtudes y defectos del ser humano. Seguir sin embargo un esquema que en la práctica se nos antoja muy similar al ejecutado en nuestro país por Paula Ortiz en La novia, poniendo el énfasis sobre todo en los aspectos estéticos y procurando respetar al máximo el texto poético original, no nos parece la técnica más adecuada para llevar a buen puerto dicha puesta al día. La película del australiano Justin Kurzel, sin ser del todo desdeñable, aporta poco a sus ilustres predecesores. El realizador, que ahora prepara con la misma pareja protagonista la adaptación del célebre videojuego Assassin's Creed, se queda anclado en las formas más que en el contenido, con una ciertamente trabajada puesta en escena, atmosférica e insalubre, donde Escocia es esa eterna tierra plagada de mugre y niebla, fría e irrespirable, con secuencias de guerra parcialmente logradas (demasiada cámara lenta) e intrigas veladas por esa obsesión por el texto que obliga a una fijación excesiva de la atención y que nos hace extrañarnos ante la necesidad de un nutrido equipo de hasta tres guionistas. Fassbender es un excelente actor y logra, a pesar de las limitaciones que le impone un trabajo tan preocupado en sus valores estéticos, transmitir las dudas y metamorfosis de alguien que experimenta la ambición desmedida tan de cerca como lo hace él. Pero es Marion Cotillard quien logra una Lady Macbeth más convincente, mantis religiosa que deviene en sufridora testigo de los crueles desvaríos de su esposo, y que en su monólogo exhibe una capacidad extraordinaria para conmover en un inglés de perfecta dicción clásica. Fotografía y localizaciones están a la altura de la propuesta estética, pero el conjunto deriva en un estéril intento de inquietar a través de una tragedia que sin las manos de un genio o un buen y humilde artesano acaba resultando un auténtico ladrillo. Prueba de ello es su paso por certámenes como el de Cannes o el de Sitges sin arañar ningún premio.
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