Dirección Paula Ortiz Guión Paula Ortiz y Javier García Arredondo, según la obra “Bodas de sangre” de Federico García Lorca Fotografía Migue Amodeo Música Shigeru Umebeyashi Intérpretes Inma Cuesta, Asier Etxeandía, Álex García, Luisa Gavasa, Carlos Álvarez Novoa, Ana Fernández, Consuelo Trujillo, Leticia Dolera, María Alfonsa Rosso, Manuela Vellés, Mariana Cordero Estreno en el Festival de San Sebastián 23 septiembre 2015; en salas comerciales 11 diciembre 2015
Aparatosa por excesivamente esteticista producción que pretende ser la adaptación definitiva de una de las más significativas obras teatrales de Federico García Lorca, Bodas de sangre, ya llevada al cine en anteriores ocasiones por cinematografías tan exóticas como la argentina o la marroquí, además de una no menos exótica adaptación musical, a partir del ballet de Antonio Gades, realizada por Carlos Saura. La realizadora de De tu ventana a la mía parece buscar en el clásico lorquiano un vehículo para lanzar una mirada eminentemente femenina, y por extensión feminista, al personaje central con el que bautiza su película. Así es como se llama el personaje en la obra (sólo Leonardo, el visceral y animal antagonista del novio, tiene nombre propio) y así parece la directora querer que sea la mirada sobre esta esperpéntica y anticuada tragedia en la que los andaluces volvemos a aparecer como seres primitivos movidos por instintos primigenios y rotundamente temperamentales. Porque ni siquiera trasladando la ambientación a una época más moderna, aunque no demasiado, logra Ortiz desembarazarnos de esa imagen endiablada que nos convierte en seres de poca fiabilidad y mucho peligro. Sólo faltan las sábanas blancas, quizás con el traje de novia ya le baste, para igualarse a otras producciones, sea en teatro (los montajes del CAT) o cine (Yerma de Pilar Távora, tan vapuleada como curiosamente elogiada ésta), porque en lo que se refiere a esa mirada femenina sobre el universo de hombres que dominan la voluntad y la propia existencia de las mujeres naufraga por falta de concisión e iniciativa. El personaje incorporado por Inma Cuesta quiere ser fuerte y decidido, pero lo cierto es que mantiene su voluntad cosida a los hombres, el que le da estabilidad y el que le calienta, y sólo de ahí surge el conflicto y el supuesto trío pasional que no lo es tanto. Las rencillas familiares, las viudas negras que la tierra las hace trágicas y temperamentales, y la comparsa destinada poco más que a servir de testigos mudos, se dan cita en este trabajo que se pierde en su vocación esteticista, y en el que cámaras lentas y bailes imposibles redundan en un producto artificioso y falto de emoción. Los versos de Lorca se mantienen, aunque tan susurrados y viciados que parece que los intérpretes se afanen en hacerlos ininteligibles; no faltan tampoco sus canciones, como La tarara o Los cuatro muleros, para que todo sea muy lorquiano. Pero la verdadera poesía, esa que emana de la fuerza de las imágenes y la sugerencia de los símbolos, no surge ni tan siquiera en unos exteriores tan rebuscados como la Capadocia turca o Los Monegros aragoneses. Visualmente es hermosa, también gusta la música de Shigeru Umebayashi, colaborador de Wong Kar-wai y Zhang Yimou, pero el conjunto carece de emoción, un objetivo concreto y personajes bien definidos, por lo que en general, y habida cuenta la lluvia de nominaciones a los Goyas que ha recibido, decepciona. Lo cierto es que curiosamente su paso por San Sebastián y Sevilla no suscitó mucho entusiasmo.
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