USA 2016 140 min.
Guión y dirección James Gray, según el libro de David Grann Fotografía Darius Khondji Música Christopher Spelman Intérpretes Charlie Hunnam, Sienna Miller, Robert Pattinson, Tom Holland, Angus Macfdyen, Edward Ashley, Bobby Smalldridge, Tom Mulheron, Aleksandar Jovanovic, Ian McDiarmid, Clive Francis, Pedro Coello, Franco Nero Estreno en el Festival de Berlín 14 febrero 2017; en Estados Unidos 24 marzo 2017; en España 5 mayo 2017
La mítica ciudad de El Dorado ha alimentado la imaginación de miles de exploradores de todo el mundo desde la época de los conquistadores, en busca no sólo de grandes tesoros sino de una respuesta a nuestra civilización que sirva para librarnos de nuestra arrogancia y lograr de este modo una vida más pacífica, racional y razonable entre todos los seres humanos. Películas como Aguirre, la cólera de Dios de Herzog, El Dorado de Carlos Saura, e incluso la comedia de acción La búsqueda o una cinta de animación con música de Elton John, han intentado plasmar en la pantalla la magia y la fascinación generada en nosotros y nosotras por tan enigmática y fabulosa civilización; James Gray es quizás quien más se ha acercado en el empeño. Admirado más en Europa, fundamentalmente en Francia, que en su país natal, el realizador norteamericano ha cultivado en veinte años una estupenda filmografía que deviene ahora en la que posiblemente sea su mejor película. Con una carrera que nos hace recordar en cierto modo a la de otro de los grandes, Kubrick, que empezó con cintas de discreta factura con contenido criminal (Little Odessa, La otra cara del crimen, La noche es nuestra) y continuó con la estupenda Two Lovers hasta llegar a su primera incursión de época con la intimista epopeya sobre la inmigración en el Nueva York de principios del siglo XX El sueño de Ellis; un acercamiento al cine de mayor presupuesto que le ha llevado a esta película, como a Kubrick Senderos de gloria le llevó a Espartaco. Y en ambos casos patrocinado por un actor, Kirk Douglas en el caso del malogrado realizador, Brad Pitt en el de Gray, que seguramente por no poder interpretar al protagonista debido a su edad, ha decidido que lo haga un joven de parecido físico, Charlie Hunnam, al que pronto veremos en otra cinta sobre el Rey Arturo. Z, La ciudad perdida es sobre todo gran cine, ambicioso, épico e imponente, que Gray ha sabido manejar con soltura y elegancia en un alarde de rigor narrativo y esplendor visual. Pero no se queda en una ilustración más o menos fiel de las aventuras y desventuras del coronel del ejército británico Percy Fawcett en su obsesión por encontrar la mítica ciudad del Amazonas, sino que plantea una lucha interna destructora y avasalladora en el protagonista, la de sus motivaciones, ¿la propia gloria o el progreso de la humanidad? Una lucha que arrastra a su familia, con una excelente Sienna Miller en el que quizás sea el mejor papel de su vida, o el joven Tom Holland (Lo imposible) como hijo que en sus reproches y reflexiones siembra aún más esas dudas que jalonan el deambular del aventurero protagonista, a la vez que comparte un destino incierto pero lleno, como todo lo demás en la película, de magia. Robert Pattinson como amigo fiel y comprometido, y Angus Macfadyen como cobarde compañero de fatigas que deriva en inmerecido enemigo, completan un reparto ejemplar. Con una sensacional fotografía del veterano Darius Khondji, que ha trabajado a las órdenes de Polanski, Haneke, Woody Allen o el propio Gray, y una dosificación de la dramaturgia que no desfallece a pesar de su largo metraje, el director sabe combinar perfectamente el carácter intimista de la función con un necesario contenido aventurero y un mensaje universal que nos coloca en la tesitura de sentirnos insignificantes frente a una naturaleza desbordada y magnífica. Lástima que entre tantos logros y parabienes, la cinta se prodigue también en una serie de errores que hubiesen sido fácilmente salvables de haber manifestado un rigor aún más estricto. Bebés que no crecen, adultos que envejecen a mayor velocidad que sus hijos crecen, ambientación que no corresponde a la época… son detalles que mejor descubren ustedes en lugar de enumerarlos aquí uno a uno. A esto hay que añadir una utilización enojosa de la banda sonora, por cuanto se perfila a través de música clásica aludida directa o indirectamente en forma de arreglos o adaptaciones, lo que para el melómano constituye un elemento distanciador e incluso aislador de diálogos y tramas. La música en un film debe ilustrar sin confundir ni distraer; cuando se utiliza música clásica, como hacía también Kubrick y abusa otro clásico moderno, Terrence Malick, el oyente se empeña en identificar piezas (Daphnis et Chloé de Ravel, por ejemplo) o plagios indisimulados de éstas (La consagración de la primavera de Stravinsky). Y ya cuando lo que ocurre es que en un baile los valses suenan como si los interpretasen la Filarmónica de Viena, o un teatro improvisado de ópera en medio de la selva lo hace como si Mozart fuera interpretado en La Scala de Milán, entonces el enojo es aún mayor. No obstante frente a toda la aglomeración de sensaciones y estímulos que provoca esta magnífica película, consideraremos estos fallos como un mal eminentemente menor.
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