Italia-Francia 2016 100 min.
Guión y dirección Roberto Andó Fotografía Maurizio Calvesi Música Nicola Piovani Intérpretes Toni Servillo, Connie Nielsen, Daniel Auteuil, Pierfrancesco Favino, Marie-Josée Croze, Moritz Bleibtreu, Lambert Wilson, Johan Heldenberg, Togo Igawa, Richard Sammel, Aleksei Guskov, Stéphane Freiss, Julian Ovenden, John Keogh, Andy de la Tour, Giulia Andó, Ernesto D’Argenio Estreno en Italia 21 abril 2016; en España 26 mayo 2017
Atraídos por una a priori suculenta trama en la que se mezcla intriga criminal y política social y económica, bañado todo con un aire místico, la nueva película del director de ¡Viva la libertad! consigue convocar a un público sediento de nuevas sensaciones y un poco de desahogo ante las injusticias cotidianas, para finalmente caer en una tremenda decepción y ninguna otra sensación más que la de confusión, hastío y, finalmente, olvido. Una reunión de los ministros de economía del G8 en un hotel balneario de la costa alemana sirve de escenario para lo que en principio se antoja como una intriga a lo Agatha Christie, con un Poirot en forma de Toni Servillo (La gran belleza), fraile como Sean Connery era nun Sherlock Holmes de la Edad Media en El nombre de la rosa. Incluso el lujoso reparto internacional huele a función de la atribulada escritora británica. Pero resulta ser una falsa alarma cuando conversación tras conversación en clave, o lo que es lo mismo, que no hay quien siga las sesudas y lapidarias frases generadas por el realizador para ser vomitadas por su elenco, se provoca hastío, apatía y falta absoluta de interés y atención en el grave universo que nos quiere denunciar, que no es otro que el de las confabulaciones internacionales para mal gobernarnos, someternos a una pobreza cada vez más progresiva y maquillarlo todo de presunta democracia. Podría haber dado lugar a un film apasionante con estos ingredientes de primera categoría, a los que habría que sumar una excelente banda sonora de Nicola Piovani (La vida es bella) y una elegantísima puesta en escena. La sensación final es que ni un ángel, aunque sea caído y condenado a un infierno travestido, es capaz de frenar la lujuriosa ambición de los poderes que nos controlan, aunque el mensaje lo recogemos con bastante desgana.
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