Dirección Luis Oliveros Guión Julio Castedo, según su propia novela Fotografía Juan Carlos Gómez Música Alejandro Vivas Intérpretes Marc Clotet, Melina Matthews, Alejo Sauras, Stefan Weinert, Mike Hoffmann, Andrés Gertrúdix, Pau Durá, Lionel Auguste, Maarten Dannenberg, Christian Stamm, Juan del Santo, Blanca Zurdo Estreno en el Festival de Málaga 23 marzo 2017; en salas comerciales 5 mayo 2017
Tras un debut nada prometedor a principios de siglo con Pata negra, protagonizada por Gabino Diego, y una irregular carrera televisiva, Luis Oliveros sorprende con esta adaptación de la novela de Julio Castedo, cuyo guión firma el propio autor. Y lo hace no porque se trate de una película rotunda y magistral, ni muchísimo menos, sino porque asume sin complejos y con cierta ambición que nunca llega a lo pretencioso, su condición de cine de género llamado a entretener sin por ello renunciar a transmitir un mensaje con el que llegar a trascender, aunque sin aspavientos, su mera intención de espectáculo. Colores vistosos y puesta en escena aseada para contar la triste historia de un hombre enamorado de una profesión, el ajedrez del que es jugador y maestro, y una mujer que indirectamente, sin intención, lo arrastra a la desgracia de moverse entre dos guerras sucesivas en una Europa que se quiere sofisticada y civilizada. Castedo y con él Oliveros asumen así su posición en un mundo global al que nuestro cine pocas veces se asoma, empeñado en mostrar mil veces sus propias miserias y episodios nacionales. El París ocupado de la Segunda Guerra Mundial se propone así como escenario de la barbarie y, sobre todo, del terror, bien reflejado en situaciones de injusticia, amenaza, tortura y ejecución que, cuando están bien planteados y rodados, siguen despertando nuestra repulsa y animadversión. Hecha con atención al detalle, de forma elegante y sin recurso fácil al histrionismo tan afín a nuestro cine, El jugador de ajedrez sabe manejar todos los recursos, con un considerable esfuerzo de producción y una loable apertura internacional, para lograr ser una película en la que el entretenimiento se da la mano con una atractiva línea de análisis, la de la personalidad del protagonista, un ser extremadamente prudente, cerebral sin por ello dejar de ser emocional y emotivo, que utiliza la templanza y la discreción para superar los envites de una vida desgraciada, ensombrecida por las ansias de poder y dominio de quienes con su irresponsabilidad afectan a millones cuyo destino en esta corta vida debería ser más dulce. Sólo un reproche, la interpretación de la hermosa Melina Matthews deja mucho que desear, contribuyendo a esa tradición casposa y con olor a impostura que tanto maldice nuestra industria, aunque en esta ocasión se trate de una medio inglesa y medio francesa nacida en Barcelona y pareja sentimental de Raúl Arévalo.
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