No suelo personalizar, pero soy un sentimental. Eso explica la profunda emoción que experimento cada vez que me enfrento a una propuesta de la Sinfónica Conjunta y sus jóvenes integrantes. Emoción que me provoca ser consciente de que hay una juventud disciplinada y responsable, implicada hasta la médula para que todo salga bien y ofrecer el máximo rendimiento en las a menudo difíciles tareas que se les encomiendan. Detrás de esta producción de El retablo de Maese Pedro de Falla, que apenas, casi nunca, se representa hoy en día, está el espíritu inquieto de Juan García Rodríguez, que estos días celebra un ciclo homenaje a Boulez junto a Zahir Ensemble y hace apenas unas semanas estrenaba en el Central La caída de la casa Usher de Philip Glass, además de estar preparando el tercer concierto de la temporada de la joven orquesta, que dirigirá su tío Joaquín Rodríguez Romero el 26 de mayo en Ingenieros. La Universidad de Sevilla, el Conservatorio Manuel Castillo, la Escuela de Arte Dramático y el Teatro de la Maestranza han sumado fuerzas para poner en pie esta pieza que aglutina teatro, títeres, ópera y música instrumental, y que para la ocasión se ha reforzado con un acompañamiento dramático que dilata su duración de la media hora inicial a la casi hora de representación.
Alfonso Zurro ha imaginado a dos limpiadoras que divagan sobre el espectáculo que se va a llevar a cabo, una explotando ese andalucismo casposo que no nos favorece. Después aparecen en escena la Princesa de Polignac y un entrevistador, emplazándonos a 1923, cuando Falla compuso la pieza en su honor. La fascinante vida de esta importante mecenas de las artes norteamericana residente en París, sirven de argumento para este sainete central, el más conseguido. El humor crece en el tercer segmento, con una agresiva (y bigotuda) productora, y una directora de escena con pinta de Diane Keaton, discutiendo sobre el contenido del evento. Todos estos personajes introducen así la estética dramática, musical e histórica de la función. Entonces aparece un Don Quijote trajeado como estrella mediática con la que todos y todas quieren hacerse un selfie, y a partir de ahí la función deambula según derroteros tradicionales, pero con tal frescura y agilidad que borra cualquier elemento rancio que la pieza pudiera retener.
La batuta siempre enérgica de Rodríguez mantuvo el espíritu jocoso, superando cualquier inconveniente en la precisión de los entusiastas músicos, que vieron cómo su esfuerzo y las horas de ensayo valieron la pena, ofreciendo páginas llenas de color y lirismo en el perfecto estilo neoclásico de la pieza. Las voces del trujamán (Aurora Galán con timbre convenientemente estridente y muy potente), Álvaro Bernal (bien colocada y perfectamente entonada) y Andrés Merino (un Quijote flexible y de timbre brillante, sólo eclipsado por el torrente orquestal en la escena de su arrebato final), contribuyeron al éxito de una empresa que se presentó en calidad de proyecto académico, y que encontró en las voluminosas marionetas, cargadas de expresividad gracias al excelente trabajo de los jóvenes titiriteros y titiriteras, el complemento perfecto para un trabajo ejemplar.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
No hay comentarios:
Publicar un comentario