No cabe duda de que la Sinfónica se esfuerza por acercarnos repertorios poco transitados en música de cámara, para ello cuenta con efectivos especializados en cada una de las familias orquestales, capaces de múltiples combinaciones con las que abarcar un amplio abanico de propuestas musicales. Las que se programaron en esta ocasión combinaron instrumentos de viento, fundamentalmente maderas, y piano, contando para ello con la inestimable labor y el incontestable talento de Tatiana Postnikova al instrumento rey, y con un nutrido conjunto de eficientes intérpretes al que se añadió como invitado el flautista de la Orquesta de Granada Juan Carlos Chornet; una colaboración casi insólita hasta el momento, que puede derivar en una sana y conveniente costumbre, acercándonos a músicos de otras formaciones, sobre todo andaluzas, con los que conviene también familiarizarse.
El Quinteto Op. 16 de Beethoven, del que su autor realizó también una reducción para cuarteto de piano y cuerdas, es una obra amable cuyo grave introductorio atisba cierto aire heroico e imperioso que los músicos tradujeron en medida tan justa como equilibrada, pero sin grandes alardes que lo hicieran memorable. Por esos derroteros deambuló el resto de la interpretación, siempre impecable a nivel técnico pero tan aseada como escasa de valor emocional, por mucho que la encantadora aria central manifestara cierta, siempre tímida, calidez; al igual que el carácter casi aéreo del rondó final, correcto pero poco inspirador.
El arreglo camerístico de David M. Carp de Las travesuras de Till Eulenspiegel redunda en el carácter burlesco, casi grotesco de la pieza, con abundantes disonancias y episodios contrastados que hacen aún más antipática y estridente esta pieza sobre las desventuras de un sinvergüenza, que Piotr Zymyslik, encargado de llevar la voz cantante, describió según las autorizadas pautas de un colaborador directo de Richard Strauss con el que el clarinetista de la ROSS tuvo oportunidad de estudiar en sus años de juventud. Con todo faltó un espíritu más cortante en la ejecución de la página. De igual forma el Sexteto de Bohuslav Martinú careció de suficiente magia, por mucho que el conjunto se acercase con eficacia a reflejar su carácter jazzístico, presente en el dúo central que Postnikova y Chornet salvaron con brillantez, y en el más evidente blues que le sigue. El ritmo, siempre discreto y pautado, del finale sirvió para repetirlo como propina en un concierto bien llevado, cuidado en todos sus elementos, incluidos los acústicos, pero templado en espíritu y expresividad.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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