viernes, 8 de junio de 2018

BLAU, AXELROD Y LA ROSS: SOBERBIA CONMOCIÓN

13º concierto de abono de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Andreas Blau, flauta. John Axelrod, dirección. Programa: Adagio para cuerdas Op. 11, de Barber; Halil, de Bernstein; Sinfonía nº 7 en Do mayor Op. 60 “Leningrado”, de Shostakovich.
Teatro de la Maestranza, jueves 7 de junio de 2018

Bernstein y la guerra flotaron de manera coherente y conveniente en el programa de este decimotercero concierto de abono de la Sinfónica. Mientras en la Sala Chicarreros de la Plaza San Francisco sonaba su West Side Story en adaptación para trío de piano, violonchelo y percusión, en el Maestranza lo hacía su música acompañada de la de su colega y compatriota Samuel Barber y la sinfonía de Shostakovich que más conecta con la vertiente como director del músico de Massachussetts, y que constituyó en su momento un hito de su discografía. Todo ello en torno a una temática tan trágica como la guerra, creando una atmósfera de tristeza y catarsis pocas veces experimentada con tanta autoridad en el auditorio del Paseo Colón. Otro nombre de la cultura norteamericana, Arturo Toscanini, flotó también en el ambiente, con sus conocidas aportaciones a estas partituras de Barber y Shostakovich a la hora de afianzar su popularidad internacional.

El Adagio de Barber, originalmente movimiento lento de su cuarteto de cuerdas y tantas veces utilizado en el cine, es sin duda una de las piezas más conmovedoras del repertorio clásico moderno, cuyo carácter casi cantoral se puso en evidencia en una interpretación precisa y meticulosa, atenta a matices y acentos, sin grandes contrastes ni excesivo temperamento, lo que derivó en una exhibición contenida y elegante de la pieza que potenció su alto componente elegíaco, sin grandes tensiones pero sin descuidar los sentimientos y la emoción suscitada en su momento ante la inminencia de la barbarie nazi. Halil es una obra para flauta y orquesta que Bernstein compuso en homenaje a las víctimas de la Guerra entre Israel y Egipto a principios de la década de los setenta del siglo pasado, personificado en la muerte de un joven flautista israelí al que un inmenso y veterano Andreas Blau prestó su impagable voz, sumando seducción y conmoción a la hermosa melodía central de una página en la que también brillaron los efectivos de la orquesta, especialmente una sedosa cuerda que Axelrod dirigió con sentido de la medida y la ensoñación. De vuelta a la Tierra, Blau nos ofreció un movimiento de sonata de Carl Philipp Emanuel Bach en un estilo añejo pero precioso que recordó al irrepetible Jean-Pierre Rampal.

Aún resuenan los ecos de aquella Leningrado que Temirkanov dirigió en el Maestranza a finales del siglo pasado, una obra que el tiempo ha maltratado para una vez más disociar su carácter popular de su estricta valía musical. La versión de Axelrod, de tempi rápidos tan alejados de aquella mítica interpretación de Bernstein y la Sinfónica de Chicago que sirve de referente para reflejar la intensidad de la tragedia, fue tan soberbia y devastadora que consiguió seguir impactando sin generar esa sensación de caos que es tan fácil que aflore en una obra tan catárquica y descomunal como ésta. Axelrod logró que se identificaran todas las texturas y planos sonoros, mientras la plantilla se empleó a fondo para ofrecer lo mejor de cada sección, incluidos unos apabullantes metales y unos brillantes solos de Ronda y Pavaci, y acabar visiblemente exhaustos y afectados.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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