Otra vez nos rendimos incondicionalmente a esa juventud capaz de esforzarse y dar lo mejor de sí, de la que en el apartado musical estamos disfrutando tantas y tan buenas muestras en los últimos tiempos. Y lo hacemos a partir de la comparecencia en el Festival de Primavera de Juventudes Musicales de un singular cuarteto integrado por cuatro jovencísimos hermanos y hermanas franco-rusos, que cuando tocan quintetos se hacen acompañar al piano de otra hermana, Diana. Cuentan ya con un buen recorrido a sus espaldas, en el que se incluyen diversos premios en certámenes internacionales, participaciones en varios festivales europeos y perfeccionamiento en sendas instituciones como la Escuela de Música Reina Sofía, lo que parece mentira a juzgar por sus cortas edades, y nos lleva a pensar que debieron empezar siendo niños. Desde luego adoptar un nombre no ha debido ser ningún problema.
Con Gabriel al frente, el mayor aún con apenas veintisiete años, el cuarteto ofreció en la primera parte del concierto una obra de Reynaldo Hahn, un compositor poco conocido y menos programado, venezolano de nacimiento y francés de adopción, que en su polifacética trayectoria personal y profesional conoció a algunas de las personalidades más influyentes de principios del siglo XX, como Cortot, Ravel, Gounod o Massenet, y fue amante de Proust. Aunque no podemos calificar su música de sensacional, tiene cierta personalidad y fluctúa entre dos épocas, un romanticismo todavía muy evidente y un incipiente modernismo traducido en líneas sugerentes y envolventes salpicadas de ese temperamento tan afín a las tierras que le vieron nacer. Unas propiedades que le vinieron de miedo al conjunto para afrontar su Cuarteto nº 2 con considerable fogosidad en el animé inicial, excepcional sentido del ritmo en el segundo movimiento, trés mouvementé, y pasar luego a los otros dos movimientos, menos interesantes, con sentido de la responsabilidad y resultados altamente satisfactorios.
En la misma tonalidad, el Cuarteto de Ravel se caracteriza por su extraordinaria fluidez y, como no podía ser menos en el autor del Bolero, una marcada sensualidad que los jóvenes Tchalik no alcanzaron a traducir en su plenitud; todavía tienen mucho tiempo para alcanzar la madurez expresiva que una página tan emblemática como ésta requiere. De momento fueron capaces de clavar la partitura y transmitir su cálida temperatura emocional y belleza melódica, pero se quedaron cortos en sutileza y elegancia. Gabriel demostró por qué se le considera también un solvente solista, marcando con precisión y soltura las líneas maestras de la página, mientras Louise le secundó con brillantez, Sarah se plegó bien al conjunto a pesar de alguna nota discordante en el movimiento lento, y Marc imprimió cuerpo y seguridad al ambiente. Faltó más carácter ensoñador, y aunque de nuevo sobresalió la fuerza y el torbellino, destacó la compenetración y el sonido claro y transparente en una nueva manifestación de fuego e ilusión juveniles.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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