
El segundo de los cuartetos que Beethoven compuso por encargo del Conde Razumovsky incluye, como el primero, temas populares rusos como condición impuesta por este embajador ruso y violinista aficionado. La interpretación fue hasta tal punto impecable a nivel técnico que prácticamente podría reescribirse la partitura en su totalidad, sin traicionar ni un solo matiz ni detalle, a partir de las líneas claras y concisas que los músicos extrajeron de sus instrumentos. Sin embargo faltó alma, mayor complicidad entre los intérpretes, mucho más implicados Dmitrenco y Natvlishvili que los anglosajones, más fríos y distantes, lo que derivó en una exhibición seca e impersonal de una pieza que exige más excitación y frenesí. Ni el furor inicial ni la enorme tristeza del adagio, meditativo e intimista, ni la grandeza épica final, encontraron eco en una interpretación correcta sin más.
Justo lo contrario sucedió con el Quinteto de Shostakovich, menos satisfactorio en cuanto a técnica y virtuosismo, con notables distensiones y desatinos más allá de las propias disonancias de la partitura, y sin embargo mucho más sugerente a nivel emocional y afectivo, gracias a la enérgica labor desplegada por el primer violín y el violonchelo. Kuchaeva por su parte optó por una digitación percutiva, como queriendo subrayar el carácter desafiante de la pieza. Aquí el conjunto acertó a reflejar el espíritu desgarrado y visceral de una obra muy influida por esos aires neoclásicos que se remontan a un período en el que los himnos, preludios y fugas de Bach tenían un gran predicamento. También asomó felizmente el acusado lirismo del intermezzo en forma de passacaglia y la concentración contrapuntística del adagio en forma de fuga, así como la irónica pero alegre atmósfera del scherzo. Para resolver las tensiones provocadas por Beethoven y Shostakovich, el conjunto ofreció como propina una amable y distendida página de Gershwin, He Loves and She Loves, del musical Funny Face.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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