Guión y dirección Ari Aster Fotografía Pawel Pogorzelski Música Colin Stetson Intérpretes Toni Collette, Gabriel Byrne, Alex Wolff, Milly Shapiro, Ann Dowd, Mallory Bechtel Estreno en Festival de Sundance 21 enero 2018; en Estados Unidos 8 junio 2018; en España 22 junio 2018
Pocas son las satisfacciones, en comparación con lo mucho que se prodiga, que da el cine de terror a sus incontables seguidores, pero muy de vez en cuando surge una gema que revoluciona el género, quizás el más puramente cinematográfico que existe. Hereditary consagra a su novel realizador como un iluminado capaz de contar lo mismo, o se le parece, con nuevos recursos y un lenguaje original y novedoso; pero sobre todo capaz de dar miedo, algo tan terriblemente difícil en estos tiempos tan poco ingenuos que corren. Mucho se ha hablado del poderoso arranque de la película, con una casa en miniatura que cobra vida conforme nos acercamos a ella; un recurso de estilo, y un metalenguaje, que condiciona prácticamente todo el resto de la película. Los interiores son generalmente asépticos, góticos pero impersonales, mientras algunos exteriores evidencian también el gusto por lo artificioso y proporcionalmente inadecuado, lo que unido a una minuciosa iluminación y un excelente trabajo de fotografía, da como resultado un escenario fantasmagórico en el que queda atrapada una familia más allá del desbordamiento emocional y la histeria colectiva. Ari Aster parece interesarse especialmente por familias disfuncionales o con graves problemas del pasado que condicionan su presente y futuro. De sus múltiples trabajos en cortometraje destaca The Strange Thing About the Johnsons (2011), donde una familia de clase media asume un controvertido pasado de abusos sexuales. En un entorno parecido Aster relaciona a otra familia con una historia de brujería y espiritismo que irá poco a poco engullendo a cada una y uno de ella, sobre la que se cierne la sombra de una siniestra abuela recién fallecida. Nada es anticonvencional y sin embargo fluye con extrañeza, generando un enorme desasosiego e inquietud sobre qué será lo próximo y cómo se agravará la situación de una gente cada vez más sumida en una vorágine de emociones malsanas e inevitable violencia. Toni Collette lidera una serie de estupendas interpretaciones, haciendo que su personaje progrese de la perplejidad y la curiosidad inicial al terror, el desequilibrio y una histeria descomunal que sólo encuentra contrapunto en la sobriedad de Gabriel Byrne, mientras el joven Alex Wolff se erige en la auténtica revelación del film, sobrellevando el peso del dolor más absoluto y la impotencia respecto a unos hechos que le desbordan. La niña Milly Shapiro es sencillamente un acierto total y absoluto de casting, con una presencia que por sí sola genera rechazo e inquietud. Pero nada de esto generaría un film tan rotundo si no fuera por ese conocimiento profundo del arte del rodaje que posee Aster, que se nota en una narrativa impoluta y ejemplar, unos movimientos de cámara elegantes y elocuentes, y una incuestionable capacidad para causar estragos enseñando sólo lo justo, y sin que nada se le vaya de las manos ni siquiera en el delirante tramo final de esta terrorífica historia de maldiciones, superchería, demonios, rituales, fantasmas y horrores domésticos en muchos casos habituales si sólo extraemos el elemento fantástico.
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