USA 2018 128 min.
Dirección J. A. Bayona Guión Colin Trevorrow y Derek Connolly, según los personajes de Michael Crichton Fotografía Óscar Faura Música Michael Giacchino Intérpretes Chris Pratt, Bruce Dallas Howard, Rafe Spall, Isabella Sermon, Ted Levine, Toby Jones, James Cromwell, Daniella Pineda, Justice Smith, Geraldine Chaplin, Jeff Goldblum Estreno en España 7 junio 2018; en Estados Unidos 22 junio 2018
Tan espectacular como la propia franquicia ha sido la acogida que ha recibido desde su premier en Madrid esta quinta entrega de la saga jurásica, con público y crítica rendidos a los pies de J. A. Bayona en la que es su cuarta película como director y su debut en la fábrica de Hollywood. Intentando ser justos destacaremos los logros y fracasos de esta máquina de hacer dinero. Cuando Spielberg dirige suele cuidar mucho todos los aspectos de su película, desde el guión a los detalles más nimios de su puesta en escena; cuando sólo produce cuida más la cuenta corriente que le permita entregarse a proyectos más personales y ambiciosos. El reino caído corrobora lo que ya sospechábamos, que la resurrección de la franquicia se limita a repetir los esquemas de la primera trilogía, con Jurassic World ambientándose en un parque temático donde la pérdida del control provoca el caos, igual que en la ñoña y algo sosa Jurassic Park, hoy reconvertida por la crítica sorprendentemente en la mejor de la saga, para a continuación asegurar sin ningún tipo de rubor que ésta es la segunda más lograda. Precisamente El mundo perdido nos pareció la más conseguida de todas, con un uso de la tensión y el terror parejos a los que Spielberg fue capaz de demostrar en cintas como Tiburón o La guerra de los mundos. Bayona se enfrenta ahora precisamente, ya sin parque, al regreso a ese espíritu siniestro de aquella segunda película del ciclo, pero los resultados son manifiestamente menos satisfactorios. Porque echa mano de esa particular visión de la emoción y el sentimiento que convirtieron Un monstruo viene a verme en pura impostura, porque hay tantas lagunas en su mediocre guión que restan impacto a un producto que es justamente lo que va buscando en todo momento, y porque abundan las caídas de tensión y ritmo en una cinta que se apoya en algunas secuencias memorables de acción trepidante y efectos visuales de extrema calidad, a la vez que naufraga con otras tan ridículas como la subasta entre traficantes de armas. Agradecemos el humor que subyace en el hecho de que las víctimas sean tan despreciables y nauseabundas, mientras no nos explicamos una secuencia prólogo que nada tiene que ver con el resto de la aventura, y nos preguntamos cuál es la utilidad de la participación de Jeff Goldblum y Geraldine Chaplin en el film, más allá del mero homenaje a los primeros títulos el primero y como autohomenaje del realizador español a su filmografía, en la que siempre ha habido un hueco para la musa de Saura. Pero hay logros evidentes en la aportación de Bayona al conjunto, como su particular visión gótica del asunto, que se resuelve en una segunda parte desarrollada en un caserón inglés con sugerentes sombras y conseguidos claroscuros que añaden impronta a la producción. El joven director demuestra agilidad con la cámara y consigue plasmar en el conjunto un inconfundible sabor añejo, cercano a la serie B de los cincuenta, aunque para ello cuente con un presupuesto de A mayúscula. El sentido de la aventura es considerable y la música de Giacchino tan efectivo para esos menesteres, con homenajes conscientes a las partituras de Salter y Mancini para aquellas entrañables películas en blanco y negro que generaban monstruos a partir de la amenaza atómica, algo también presente en las producciones niponas a las que el músico favorito de Pixar también tributa a partir de resonancias de la música de Akira Ifukube. El reino caído apunta muchos temas trascendentales, de carácter seudofilosófico y denuncia política, pero se queda en un mero entretenimiento, más efectivo para no pensar y olvidarse de los problemas cotidianos que para lo contrario, y ahí el resultado nos acaba pareciendo simpático.
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