Allan, Morrison, Ruvio, Clayton, Agnew y Grint |
No recuerdo que el legendario conjunto Les Arts Florissants, creado en 1979 por William Christie, hoy reconducido en venerable asesor y director artístico de la formación, haya recalado en Sevilla más que en una ocasión. Fue con motivo del Festival de Música Antigua de 2007, en el Maestranza, con un proyecto muy especial destinado a potenciar nuevos valores del canto lírico barroco, que llevó como título El jardín de las voces y logró instalarse en nuestra memoria colectiva como un espectáculo único e irrepetible. Ahora, sin instrumentos, con sólo el esplendor de sus voces más distinguidas e informadas, vuelve a recalar en esta ciudad tan barroca, período al que indefectiblemente se siente unido el grupo, aprovechando que están de gira por Europa con el primer libro de madrigales de Carlo Gesualdo, y que en Sevilla celebramos el Año Murillo también con conciertos que pretenden recrear la música de su tiempo.
Parece mentira que una bestia del calibre de Gesualdo, uxoricida y filicida, fuera capaz de imprimir tanta sensibilidad y buen gusto en sus partituras. Les Arts Florissants vinieron para insistir en esa faceta de este singular aristócrata y eclesiástico del Renacimiento. La idea era poner en pie el primer libro de madrigales del también conocido como Príncipe de Venosa, más amable y distendido que el cuarto y quinto, más divulgados y donde se exhibe una estética más dura y hasta cierto punto penitencial. Al mismo tiempo se trató de contextualizar esta maravillosa música con los autores que trabajaban el género en esa misma época, que lo conocieron y hasta influyeron o se dejaron influir por él, y con su propia música pero de carácter religioso, motetes. El problema es que los madrigales son formas musicales apoyadas sobre textos seculares, generalmente ricos en acentos y expresividad, cuyo lenguaje profano y popular encuentra en la voz humana su mejor vehículo expresivo. Una de sus características fundamentales es potenciar el significado de las palabras a través de la expresividad musical, casi onomatopéyica, algo que los oyentes de este concierto nos perdimos al no contar con los textos ni siquiera en la página web del evento. Un contrasentido que obligó al paciente público a deglutir casi dos horas de música a capella sin disfrutar de ella en su integridad.
Paul Agnew |
Este largo recorrido por algunos de los más insignes madrigalistas del Renacimiento tardío, como Luca Marenzio, Luzzasco Luzzaschi, Claudio Monteverdi y el propio Gesualdo, lo acometieron los seis integrantes de Les Arts Florissants convocados al efecto con total profesionalidad, delicadeza y exquisitez, una entrega total y una capacidad de resistencia realmente prodigiosa. El resultado fue una noche inolvidable en el que la armonía y el contrapunto tan característicos del género encontraron eco de sobra en la portentosa afinación, el sutil fraseo y la absoluta compenetración del extraordinario y altamente expresivo Paul Agnew y su cómplice compañía, entre quienes se apreció una notable camaradería y disfrute. Inútil destacar a ninguno de los participantes, en una continua coreografía de incorporaciones y abandonos o cambio de posición para adecuarse a las piezas a cinco o seis voces y sus particulares exigencias, pues todos y todas destacaron en su particular tesitura, mención especial para la contralto Mélodie Ruvio, que aunque aquejada de una anunciada afección, apenas acusó molestia en su aportación. Momentos álgidos los hubo, como esos Baci en cinco partes tan cromáticas y no tan sombrías como suele ser habitual en Luca Marenzio, o ese distendido Tirsi morir volea de Benedetto Pallavicino, que tanta influencia ejerció en un Gesualdo que, como pudimos comprobar, abordó el mismo texto con una estética expresiva tan distinta en un Libro I que Les Arts Florissants desplegó con tanta inteligencia como indiscutible magisterio.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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