Gabriela Montero |
La música tiene esa rara y especial cualidad de exorcizar nuestros males, ayudarnos a superarlos y a seguir adelante, alimentando nuestro espíritu y alegrando nuestro ánimo. Sirve de antídoto a cualquier pesar pero a la vez potencia también nuestros sentimientos, a veces haciendo crecer nuestra melancolía interior, aunque eso también sirve para echarla fuera, desahogarnos y aliviarnos del dolor. Algo así debieron experimentar quienes arrastrando alguna desdicha se dejaran subyugar por la fiesta y la emoción que se fraguó en el segundo concierto de esta temporada de la Sinfónica. En estos programas temáticos cogidos con alfileres, este año maridando la música con la literatura, le tocó el turno a Lorca, si bien sólo una pieza tuvo relación directa con el poeta granadino, mientras el resto evocó esa Latinoamérica de los 300 millones que acompañaron nuestra infancia, orgullosa, jubilosa y presta a superar los malos tiempos que siempre le amenazan. Muy presente naturalmente la Cuba que se liberó de España el mismo año que dio nombre a la generación de escritores que tanto admiraba la otra a la que perteneció Lorca.
Gabriela Montero, que tan buen sabor de boca nos dejó la temporada pasada en su recital en solitario, ejerció como maestra de ceremonias en una primera parte en la que pudimos apreciar su talento como intérprete y compositora. Pocas veces hemos tenido la oportunidad de disfrutar del estreno de una partitura de la mano de la persona que la creó. Apenas interpretado antes (su estreno absoluto tuvo lugar en Leipzig en 2016), el Concierto Latino de Montero tiene más de un punto de interés y constituye sin complejos una pieza a tener en cuenta. En él la compositora demuestra tener un dominio absoluto de la técnica compositiva, la orquestación y un manejo de la expresividad que le lleva de la contención a la explosividad más absoluta. Son cubano y conga se distinguen en su primer movimiento, un Mambo de vertiginosa lectura que Montero abordó con sentido del color y la pirotecnia, mientras Axelrod arropó con elegancia y respeto. Un evidente carácter trágico y oscuro se evidenció ya en ese primer movimiento, pero se hizo más patente en el muy sentido Andante central, en el que la pianista desplegó su habilidad para mostrarse tan romántica e intensa como los tangos argentinos evocados. En el allegro venezolano final resurgió la furia, con texturas superpuestas, ostinati múltiples y mucho sentido del ritmo, también palpable en la cada vez más versátil orquesta sevillana. Como cabía esperar, las propinas versaron sobre improvisaciones de la propia pianista y compositora a partir de melodías propuestas por el público (unas sevillanas clásicas reconvertidas en fuga de Bach), el director (una melodía lorquiana devenida en polonesa chopiniana) o ella misma en homenaje a nuestro país, con un acertado estilo a lo Albéniz o Granados.
Mariana Cordero |
La actriz Mariana Cordero, a quien hemos visto en películas como Techo y comida o La novia, recitó con hondura y sin la tan temida afectación unos poemas de Lorca antes de interpretarse el Homenaje de Silvestre Revueltas para conjunto de cámara. Trece intérpretes sobre el escenario desgranando el sabor mexicano de la pieza, con ecos directos e indirectos de rancheras y mariachis, a la que quizás le faltó algo de humor y pique en su Baile inicial, resultando doliente y agresivo su Duelo central, único movimiento inspirado directamente en el asesinato del poeta, y de nuevo fiestero y esperanzador su Son final. Aunque en el programa se asegura que todas las piezas de esta segunda parte las tocaba la ROSS por primera vez, lo cierto es que la Obertura Cubana de Gershwin ya fue abordada con Halffter a la batuta hace unos años. Parece incluso que se haya utilizado la misma partitura, cuyo final difiere en cierto modo del habitualmente interpretado y grabado. Axelrod aprovechó para contagiar a la orquesta de alegría, exaltación y apoteosis, logrando una lectura robusta y rutilante de tan espectacular pieza. Sólo la percusión fue ya un dechado de ritmo y pintoresquismo, en lo musical y lo visual. Tras ella el breve Danzón del ballet Fancy Free de Bernstein, que sirvió para finalizar definitivamente el homenaje al autor americano en el centenario de su nacimiento, resultó contenido y elegante, mientras en el más lírico y conmovedor Danzón nº 2 del compositor mexicano Arturo Márquez, caballo de batalla de Gustavo Dudamel, las prestaciones de la orquesta volvieron a brillar en lo expresivo y en lo técnico. Dedico humildemente esta reseña de un concierto tan entretenido, amable y distendido a mi querida amiga Emilia, que a buen seguro sabrá encontrar en eso que tanto ama y cultiva, la música, el ánimo y consuelo que necesita ante la mayor tragedia que nadie sea capaz de sufrir.
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