Con una escenografía digna del Teatro Airgam de la infancia de quienes ya somos maduritos, y un arranque inseguro y fuera de estilo del tenor malagueño Gerardo López, la cosa no pudo empezar peor. Pero mantuvimos la esperanza porque rara vez decepciona nuestro Maestranza en unas temporadas líricas que llevan tiempo demandando ser más generosas. El movimiento escénico de las masas en esta primera parte reincidió en ese teatro rancio que tanto nos disgusta, y la intervención del barítono ucraniano Vitaliy Bilyy, con voz más grave de lo conveniente, y del bajo Mirco Palazzi, con una voz más aguda de lo aconsejable, hicieron poco por mejorar la situación. López se corrigió satisfactoriamente a partir de la segunda parte, pero Bilyy insistió en echar mano de todo tipo de trucos para maquillar su incapacidad para alcanzar notas altas y cambiar de registro inadecuadamente. Por su parte Palazzi hizo un trabajo correcto el resto de la función, aunque su voz se perdiera frecuentemente cuando debía competir con orquesta y otras voces. Toda decepción sin embargo desapareció cuando en la segunda escena de esta primera parte, y con un decorado que evidenciaba en arrugas y pliegues sus cuarenta años de vida, al margen de resultar ridículo en su recreación de los Highlands escoceses, Leonor Bonilla disipara toda duda sobre su capacidad para afrontar con éxito un papel de tanta envergadura. Hasta ahora habíamos visto a esta ex bailarina al frente del grupo Aquitania, junto a Halffter en Carmina Burana o en papeles secundarios en Tosca y Elixir de amor. Al hito de ganar el certamen de Nuevas Voces de Sevilla y convencer en escenarios italianos, se une ahora haberse matriculado con todos los honores en el difícil papel de esta mujer perturbada por herencia y por amor a la que Donizetti reservó algunas de las páginas más comprometidas del bel canto. Cierto que es aún muy joven y que su voz tendrá que madurar y alcanzar ese mayor cuerpo y profundidad que exige el rol, pero de momento y considerando la presión de cantar en su tierra y enfrentarse por primera vez a un papel tan difícil con tanta seguridad y frescura, el triunfo fue total y muy merecido, alcanzando un nivel de altura en la muy comprometida y célebre escena de la locura. Lo tiene todo, belleza, un timbre precioso, enorme facilidad para la coloratura y el fraseo, naturalidad en la emisión y las articulaciones, talento teatral y una innumerable lista de excelentes atributos. Visiblemente emocionada, recibió todo el calor y el cariño de su gente y superó la que seguro fue una noche de pesadilla por nervios y responsabilidad, convertida gracias al talento derrochado en su noche más hermosa.
Acaso por lo mucho que mejoró la función a partir del aria de Lucia Regnava nel silenzio, aunque acompañada por una veterana María José Suárez tan decepcionante que convirtió el banal personaje de Alisa en directamente prescindible, lo cierto es que a partir de la segunda parte todo nos pareció mejor. Los decorados cobraron mayor fuerza y relieve, mientras la dirección musical de Balsadonna se nos antojó excelente, a pesar de eclipsar en algunos momentos las voces, tangible en el sexteto del primer acto de esta segunda parte, pero extrayendo de la orquesta un sonido brillante y majestuoso, con ocasiones de lucimiento para el arpa de Daniela Iolkicheva y parece que la flauta de Vicent Morelló, que no la armónica de cristal originaria, aunque lograra un sonido misterioso muy próximo a ella. También el coro se lució considerablemente, perfectamente empastado y en estilo, dejando de nuevo el listón muy alto. Y dejamos para el final a José Bros, porque merece una especial dedicación por los muchos años que lleva ejerciendo su profesión con tanta dignidad y solvencia, y porque sigue convenciendo en un rol que conoce a la perfección y del que sabe extraer todos sus colores y matices. Suyo fue un acto final que salvó muy satisfactoriamente, no obstante atacar siempre in forte, con agresividad y apremio, lo que resta romanticismo a su participación. Acusa además en su timbre el paso del tiempo, tornándose aún más nasal. Es cierto que no lograron mucha química él y su compañera de reparto, pero los más de veinte años de diferencia de edad apenas se notaron. Ya saben, si de verdad quieren asistir al nacimiento de una estrella, déjense de cuartas versiones de un clásico del cine y acérquense al Maestranza para compartir un momento mágico.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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