Dirección Mar Targarona Guión Roger Danès y Alfred Pérez Fargas Fotografía Aitor Mantxola Música Diego Navarro Intérpretes Mario Casas, Richard van Weyden, Alain Hernández, Adriá Salazar, Stefan Weinert, Macarena Gómez, Frank Feys, Rubén Yuste, Eduard Buch, Efrain Anglés Estreno 26 octubre 2018
El cine es un vehículo ideal para que historias que merecen ser contadas lleguen al mayor número de personas posible. Ya se sabe que el documental puede ser tan apasionante como la ficción, pero lamentablemente no tiene aún esa capacidad de convocatoria, y su cultivo no suele asociarse al entretenimiento, por lo que sigue siendo válido acercarse a la historia a través de la ficción y sus formas. Prueba de que esto es así es el hecho de que tras dos horas de película, los títulos de crédito finales llegan ilustrados con fotografías del protagonista de la historia, Francesc Boix, y sin embargo no es suficiente reclamo para que el público, que ya se sabe tiene siempre mucha prisa y muchos compromisos urgentes que atender, abandone la sala en masa y rápidamente. Una verdadera pena, porque es sin duda lo mejor de la película, y refleja la verdad de algunas de las situaciones que se recrean en la cinta, por mucho que al protagonista no le veamos demasiado con cámara en mano y desde luego no en esas secuencias recreadas y que en esos títulos de crédito aparecen en toda su desnuda realidad. Y es lo mejor sencillamente porque nos encontramos ante otro intento fallido del cine español de querer parangonarse con el más internacional y comercial, de calidad y divulgativo. La realizadora catalana Mar Targarona, responsable del correcto thriller Secuestro, protagonizado por Blanca Portillo, firma una película confusa, mal contada, mal estructurada, inconexa y con ese penoso querer y no poder que maquilla las insuficiencias de producción sin que la operación resulte convincente. No engancha a pesar de contar una historia tan apasionante, acusando una desgana considerable por parte de sus responsables directos. Mario Casas da vida a un fotógrafo español encerrado en el campo de concentración Mauthausen junto a otros republicanos españoles, apátridas de los que el gobierno de la dictadura se desentendió absolutamente. Hay aspectos interesantes, que ofrecen alguna novedad respecto a la cantidad de filmografía que existe en torno al genocidio y las demás atrocidades nazis. Como la puesta en escena en oficinas y laboratorios habilitados para los reclusos más aprovechables, o la dosificación de escenas que reflejen esas atrocidades, aunque hay una que demuestra que aquí siempre vamos más allá que nadie cuando de provocar y pasarse de rosca se trata, sólo así se justifica la horrenda secuencia en la que un niño es invitado a matar prisioneros. Aunque suponemos que sucedería así tratándose de las memorias de quien con sus fotografías aportó pruebas definitivas en los juicios de Nuremberg. Para lograr que esas imágenes salieran a la luz y no fuesen quemadas por los nazis, hubo que perpetrar un plan de evacuación que en la película pretende ser una aventura a lo Gran evasión mediante el uso de la música, pero que de tan mal contada que está apenas suscita interés. Los personajes son arquetípicos, como esos nazis distribuidos entre psicópatas, artistas de sensibilidad dudosa, otros que ven impotentes lo que ocurre a su pesar, y presos guardianes tan cabrones como los propios nazis. A su vez asistimos a escenas imposibles y ridículas como el teatrillo en el barracón, dentro de un conjunto que se revela altamente decepcionante y torpe a la hora de manejar unos episodios tan inquietantes como los que tan malamente narra.
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