No es la primera vez que la escuchábamos. A sus intervenciones en espacios emblemáticos de Cataluña hay que añadir su participación en el último Certamen de Nuevas Voces Ciudad de Sevilla, celebrado en el Maestranza el pasado 8 de mayo. Allí ganó el Premio Sevilla Ciudad de la Ópera, lo que le ha permitido celebrar este estupendo recital. Pero si en aquella ocasión Laura del Río evidenció una lógica presión por su carácter competitivo, que provocó que su voz no fluyera con toda naturalidad, esta vez hemos podido redescubrirla y comprobar que posee una espléndida voz que, acompañada de los recursos técnicos y estilísticos adecuados, da como resultado una experiencia altamente satisfactoria.
Podríamos considerar su voz cercana a soprano dramática, con un timbre aterciopelado y acaso más oscuro de lo habitual, más grave, con más peso y volumen y una extraordinaria proyección. En contrapartida tiende a interrumpir los agudos demasiado pronto, aunque estamos seguros de que es capaz de alargarlos si se lo propone. Laura del Río es, como tantas voces de su generación, una presencia fresca y competente sobre el escenario, algo que teatros y auditorios deberían tener en cuenta a la hora de ofrecer espectáculos de calidad que a la vez supongan buenas oportunidades para quienes más las merecen, los talentos emergentes, frente a la tendencia generalizada de contratar nombres reconocidos que quizás acusen mal el paso del tiempo o arrastren la fama de un momento irrepetible. La Asociación Sevillana de Amigos de la Ópera ha promovido, cumpliendo con una de sus obligaciones fundamentales, este acercamiento al público de una voz que en su día calificamos como rutilante.
Con una primera parte centrada en la ópera, Laura del Río entró segura como Muzetta y continuó con aires muy románticos en la preciosa Depuis le jour de Louise de Gustave Charpentier, que Jesús Campos acompañó con suma delicadeza, tras lo que interpretó un Nocturno Op. 9 nº 2 de Chopin algo mecánico pero afortunadamente escaso de rubato. Otra aria maravillosa, redescubierta en Una habitación con vistas como el célebre O mio babbino caro que sirvió de propina, Che il bel sogno di Doretta de La Rondine, también de Puccini, cantada con sentimiento y buen gusto, dio paso a la larga escena de La traviata que culmina con la enérgica Sempre libera y que la soprano salvó con gracia y precisión. En la segunda parte, dedicada a la lírica española, se alternaron romanzas (A través de mis cristales, de Barbieri), con los sones cubanos de Cecilia Valdés de Gonzalo Roig que le permitieron mostrarse sensual y seductora. Un Granada de Albéniz considerablemente poético a cargo de Campos, y la gracia chulesca de la soprano en Me llaman la primorosa acabaron por perfilar un recital espléndido. Que suerte, contactos y oportunidades no le falten a la joven catalana, porque instrumento, talento y capacidad de trabajo ha demostrado que tiene de sobras.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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