Con el "abuelo" siempre por bandera |
Polifacético donde los haya, James Rhodes confiesa haber encontrado la felicidad en nuestro país, concretamente en la muy abierta e inclusiva Madrid donde reside desde hace poco más de un año. Aquí ha encontrado un hueco en la radio y la televisión, desde donde transmite su pasión por la música y cómo ésta ha ejercido de fármaco balsámico para los demonios del alma que le han perseguido desde los muy comentados abusos a los que fue sometido durante su infancia. Es un tipo contradictorio, que exorciza su lógica timidez haciendo de maestro de ceremonias dicharachero y rebelde; que comienza sus locuciones con dos declaraciones de principios, el ya célebre Fuck You Trump de Robert de Niro, y su ferviente desacuerdo con el Brexit; y continúa haciendo suyas expresiones que ha recogido de nuestro acervo popular más reciente, como ese lamentable Puto amo relacionado con el proxenetismo, que no obstante suena mejor en sus labios que en los de Martínez-Maíllo.
Apenas cuarenta minutos de música programó en un concierto menos sorprendente de lo que esperábamos. Al margen de su vestimenta informal y de sus comentarios políticos, vinieran o no a cuento, lo que Rhodes hace sobre el escenario es algo que en los últimos años viene siendo habitual en salas de concierto, y que algunos maestros ilustres practican desde hace lustros, aunque ataviados de etiqueta. Se trata de comentar las piezas y provocar entusiasmo en el oyente, aunque él le da cierto aire a lo club de la comedia con el que consigue meterse al público en el bolsillo. Así es como ha logrado tanta admiración en radio y televisión, superando su timidez y convirtiéndose en una estrella mediática. Pero esperábamos que sus interpretaciones fueran más frívolas, que extrajera jazz de Bach o rock de Beethoven; claro, no habíamos hecho los deberes y desconocíamos que su pianismo es convencional, permitiéndose sólo algunas licencias, relacionadas especialmente con la ralentización de los tiempos y la delectación con ciertos pasajes. Es, en definitiva, entusiasta con la interpretación musical, sabe transmitir con sus locuciones y su música, pero no va más allá de unas interpretaciones correctas que no logran llegar a ese punto de emoción que sin duda busca en cada una de sus intervenciones.
Curiosamente Rhodes busca la felicidad en la música, sin embargo la quiere transmitir a través de obras que evocan una inmensa melancolía. Otra contradicción, ¿puede la melancolía ser feliz? Ya desde esa célebre melodía de Anónimo veneciano, el adagio del Concierto para oboe de Marcello que Bach transcribió al teclado, hasta dos preludios de Rachmaninov, el muy intenso primero y el más relajado último, Rhodes se dejó arrastrar por una estética nostálgica y arrebatada, quizás como remedio a esa ansiedad y depresión que analiza en su último libro, el que da título a su último disco y a esta gira, Fire on All Sides (Fuego por todos lados). Bach lo ataca con ensimismamiento, con una Partita nº 1 recorrida sin pausa, formidable y prístino fraseo y logradas articulaciones. La Romanza del Concierto para piano nº 1 de Chopin, en transcripción de Balákirev, se beneficia también de esa proverbial melancolía, acariciando las teclas y paladeando la música de manera exquisita. Solvente también la Balada nº 3 de Chopin, quizás la pieza más desenfadada de cuantas integraron el programa. Tras apenas una hora entre música y comedia, no pudo por menos que ofrecer varias propinas, la Mélodie de Giovanni Sgambati basada en la Danza de los espíritus benditos de Orfeo y Eurídice de Gluck, y un Intermezzo Op. 3 nº 1 de Brahms que abordó sin partitura, como el resto del programa, y mucha delicadeza. Así hasta derivar en unas improvisaciones sobre la Marcha del Coronel Bogey de Kenneth Alford que David Lean inmortalizó en El puente sobre el río Kwai, en perfecto estilo Beethoven, como si le hubiera robado la idea a Gabriela Montero. Ya tiene mérito llenar un auditorio como el de Cartuja, que ha animado y potenciado el atractivo de esa zona de la ciudad, con un público encandilado que demostró además poseer un excelente nivel de inglés.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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