Dirección Jaime Rosales Guión Jaime Rosales, Clara Roquet y Michel Gaztambide Fotografía Hélène Louvart Música Kristian Eidnes Andersen Intérpretes Bárbara Lennie, Álex Brendemühl, Marisa Paredes, Joan Botey, Petra Martínez, Carme Pla, Oriol Pla, Chema del Barco, Natalie Madueño Estreno en el Festival de Cannes (Quincena de Realizadores) 10 mayo 2018; en salas comerciales 19 octubre 2018
Jaime Rosales es un director muy condicionado por sus primeras películas, Las horas del día y la estupenda La soledad, donde experimentó con formas narrativas que le ha costado mantener con sinceridad y frescura en el resto de su filmografía, desde Tiro en la cabeza hasta Hermosa juventud. Ahora esas formas pasan por dividir su película en capítulos y desordenarlos levemente, utilizar como banda sonora composiciones del danés Kristian Eidnes Andersen que evocan la polifonía renacentista sin aportación instrumental alguna, y echar mano indiscriminada e injustificadamente del traveling lento que va y viene sin cortes de montaje ni primeros planos, prestando suma atención a los espacios, generalmente inmuebles de exquisita factura, que ya se sabe el alto nivel de vida del español medio. Y es que aunque el personaje central y eje de la función es un artista de primera categoría, el resto se supone tan humilde como la media. A este eje central da vida el debutante Joan Botey, dueño y administrador de la finca en la que se rodó la película, a quien Rosales finalmente confió el papel de déspota y cruel escultor, cuya obra ha cedido gentil y valientemente el artista valenciano Manolo Valdés. Bárbara Lennie es no obstante la protagonista, encasillada en esa mujer fría y etérea que le dio fama en Magical Girl, a pesar de lo cual no logra seducir en una obra cuya supuesta maldad y consabido misterio debería generar una mayor inquietud. Centrada quizás en el proceso destructor de un artista de la creación, y degenerando en una suerte de tragedia extrema, disparatada en cierto modo y difícil de digerir en general, la cinta se pierde entre diálogos tan pretendidamente naturales como situaciones absolutamente impostadas, a lo que la pedantería general no hace sino potenciar sus defectos y carencias, a pesar de todo lo cual no se le puede negar su carácter eminentemente entretenido.
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