USA 2017 108 min.
Guión y dirección Paul Schrader Fotografía Alexander Dynan Música Brian Williams Intérpretes Ethan Hawke, Amanda Seyfried, Michael Gaston, Cedrid the Entertainer, Victoria Hill, Philip Ettinger, Bill Hoag Estreno en el Festival de Venecia 31 agosto 2017; en Estados Unidos 18 mayo 2018; en España 28 septiembre 2018
No le debe haber resultado muy difícil al guionista de Toro salvaje y director de American Gigoló generar el argumento y el estilo de esta su última y parece que muy celebrada película. Siguiendo un esquema parecido, sobre todo a partir de su segunda mitad, al de Taxi Driver, de la que también fue guionista, echando mano de algunos de los ingredientes más frecuentes en el reciente drama americano, como la enfermedad terminal y el trauma familiar, que parecen indispensables para definir una personalidad atormentada, y añadiendo sus personales inquietudes sobre la Iglesia de la que parece ser fiel, la Calvinista, todo ello combinado y aderezado con el particular estilo estético y narrativo de las películas de Bergman, no exento de ciertas influencias del Paul Thomas Anderson más pretencioso (El maestro, Pozos de ambición), consigue un producto irritante y caduco ya desde su inicio. Su título original parece aludir a ese Primer Gran Despertar americano que tuvo lugar en torno al siglo XVIII y que puso el acento en una profunda espiritualidad y el nacimiento en el seno de la Iglesia protestante de una nueva moral que contribuyera sobre manera a la salvación del hombre. El reverendo del título original recibe esa revelación en forma de causa para una lucha, en este caso contra el cambio climático y los estragos que la humanidad ha provocado en el planeta en el que vivimos. Como en aquella película de Scorsese protagonizada por Robert de Niro, nuestro protagonista encuentra en una hermosa mujer el motivo para adentrarse en una lucha que le era ajena, y a partir de ahí surgen las críticas al orden establecido, los intereses económicos de la Iglesia y la falsa religión profesada por quienes se erigen en pilares de esa misma Iglesia tan necesitada de una nueva reforma. Como se puede apreciar, otra película sobre seres atormentados dispuestos a radicalizarse para hacer suya una causa ética legítima, que con una puesta en escena medida y austera, apoyada en una fotografía sobria y académica y unas interpretaciones emotivas, especialmente en el caso de Ethan Hawke, dé como resultado una posible película de culto. El problema es que ni lo que cuenta ni cómo lo cuenta, ridícula escena onírica incluida, nos llega a entusiasmar, cayendo en ese profundo pozo de la apatía, la que provocan los trabajos pedantes y ambiciosos como éste que a nuestro parecer no conducen a ninguna parte, y si lo hacen acaban resultando tan ingenuos como artificiosos.
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