jueves, 6 de junio de 2019

UN ANDREA CHÉNIER ACEPTABLE Y TRADICIONAL

Ópera de Umberto Giordano con libreto de Luigi Illica. Pedro Halffter Caro, dirección musical. Alfonso Romero Mora, dirección de escena. Íñigo Sampil, director del coro. Ricardo Sánchez Cuerda, escenografía. Gabriela Salaverri, vestuario. Félix Garma, iluminación. Sergio Paladino, coreografía y asistente de dirección de escena. Con Alfred Kim, Juan Jesús Rodríguez, Ainhoa Arteta, Mireia Pintó, Marina Pinchuk, Fernando Latorre, David Lagares, Alberto Arrabal, Moisés Marín y Cristian Díaz. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro de A.A. del Teatro de la Maestranza. Producción del Festival Castell de Peralada y ABAO-OLBE. Teatro de la Maestranza, miércoles 5 de junio de 2019

Cierto que hace mucho que no se representaba en Sevilla este título imprescindible de la ópera verista, y por extensión de la ópera tradicional italiana, cuyo máximo exponente lo constituye el mismo Puccini que tanto se compara con el único título que prácticamente ha sobrevivido del catálogo de Giordano. Fue hace casi dieciocho años, de la mano del barroquismo de Gian Carlo del Monaco y con el querido Fabio Armiliato como protagonista. También es cierto que hay aún muchos títulos de repertorio que no se han estrenado en el Teatro de la Maestranza, y no digamos los que quedan por descubrir entre barroco y vanguardia. Hay incluso uno que público y especialistas llevan mucho tiempo demandando, que apenas ha tenido cabida en el coliseo hispalense y sería una apuesta tan segura que podría llenar butacas incluso por encima de las diez funciones. Es además el que más ligado está a Sevilla y más le hace merecer el título de ciudad de la ópera. Nos referimos, claro está, a Carmen.
 
Dicho esto, la producción que pudimos ver anoche, y que llega del Festival Castell de Peralada y la Ópera de Bilbao auspiciada por su asociación de amigos, constituye un considerable esfuerzo que busca a partir de un concepto absolutamente tradicional de la puesta en escena, reconstruyendo milimétricamente cada detalle expuesto en el libreto de Illica, hacer un análisis psicológico y social de un episodio tan crucial para la historia de los hombres y las mujeres como la Revolución Francesa, y de paso del género humano y su vocación autodevoradora. Se agradece el intento, aunque por el camino ese retrato queda desdibujado, especialmente en el apartado de los personajes. Pero cumple en su función de entretenimiento y vehículo para la música y la voz, hasta el punto de que consigue ser eficaz para quienes se inician en la ópera. Mérito de ello lo tiene en gran parte el texto, con tanto argumento condensado en apenas dos horas, un logro de síntesis que debemos al talento del libretista de Tosca.
 
Los ideales revolucionarios
 
Uno de los aspectos más celebrados de la ópera de Giordano es utilizar un fondo histórico no como mero paisaje en el que desarrollar las sempiternas intrigas románticas. Aquí la revolución es un argumento en sí mismo, y la era del terror que siguió a la toma de la Bastilla una cuestión sometida a análisis, aunque sus consecuencias hagan pensar en un tratamiento reaccionario de la cuestión. La escenografía y la dirección escénica no ayudan a marginar este tratamiento, sino más bien a potenciarlo. Hubiera sido interesante apartarse de esa línea e intentar ser más crítico con la situación. La idea, basada en un mundo que fenece y otro que emerge de unas cenizas que no acaban de desaparecer para acabar engullendo también al nuevo orden, se plasma convincentemente en unos decorados clásicos pero simbólicamente resquebrajados y hundidos, y cuyos recursos sirven para ir paulatinamente creando otras atmósferas de caos y desesperación. Lástima que el movimiento escénico se plasme una vez más de forma tan esquemática y convencional, si bien las masas, en la fiesta inicial y en el tribunal del tercer acto, se mueven con más naturalidad que en otras ocasiones. Particularmente consideramos que lo más interesante en este título sería ahondar en la complejidad psicológica del personaje de Gérard, un villano que no lo es tanto, que sabe reconocer y admirar a su inspirador y que obra por ideales justos pero en cierto modo se encuentra decepcionado por el devenir de los acontecimientos. Y eso no está trabajado en esta producción.
 
Un nivel aceptable
 
Para Pedro Halffter ésta es su despedida del Teatro de la Maestranza, salvo que tengamos la fortuna de contar con su colaboración en futuras ocasiones. La última programación que él diseñó llega a su fin y mucho nos tememos que de momento orquesta y teatro no van a contar con él. Otra cosa es la devoción que le profesa el público, merecida y emocionante, que no duda en vitorear cada una de sus intervenciones en el foso. Y es que Halffter tiene un especial talento para modular este tipo de partituras en las que la orquestación y la atmósfera pretenden recrear un mundo tumultuoso y pasionalmente enrevesado. No deja de sorprendernos la facilidad que tiene para extraer de la ROSS lo mejor de cada sección, y aunque en algunos pasajes llegó a asfixiar a los cantantes (el coro, como siempre ejemplar, también lo hizo en algún momento), su trabajo nos pareció una vez más excelente.
 
El barítono Juan Jesús Rodríguez encarnó a Gérard con plena seguridad, una voz rutilante sin tiranteces ni imposturas, sensacional también a nivel actoral, salvando con nota el papel más complejo dramáticamente de la función, a pesar de ese defecto en la dirección que no le permitió ahondar en sus instintos y encontrados sentimientos en la medida justa. Mantuvo una línea de canto flexible y precisa, resolviendo sus continuos cambios de registro con total naturalidad. Memorable resultó su recreación de Nemico della patria. También onubense, pudimos disfrutar una vez más del buen oficio de David Lagares, visiblemente adelgazado y manteniendo esa voz profunda perfectamente reconocible entre los aficionados sevillanos. Siempre intensa y tan agradecida, Ainhoa Arteta continúa resultando convincente en roles de mucha menor edad gracias a esa belleza inmarchitable y físico envidiable con que la naturaleza le ha bendecido. Mantiene también buenos recursos canoros, y aunque evidencia cambios bruscos de color en algunas ocasiones, logra emocionar con su hermoso timbre y capacidad para proyectar y expresar en arias tan fundamentales como La mamma morta, recompensada con una larga ovación.
 
Alfred Kim, a quien recordamos por la Aida de hace unos años, posee una generosa facilidad para proyectar, como quedó patente en Un di all’azzurro spazio, y un timbre agradable y nada estridente, pero en su contra le falta capacidad expresiva y denota bruscos cambios de registro que afean su aportación. Aun así su dúo con Maddalena al final del segundo acto resultó emotivo. Del resto de voces nos quedamos con el buen trabajo desplegado por Marina Pinchuk, a quien hemos visto en el Maestranza en La hija del regimiento y en recital, que en su doble papel de Condesa y la vieja Madelon mantuvo una buena línea de canto, seguro, bien fraseado y convincente también en lo expresivo. También Alberto Arrabal contribuyó a ese nivel aceptable en las voces que pudimos disfrutar en esta función dedicada a un poeta idealista devorado por la jauría humana, en la que echamos de menos un poco más de riesgo, análisis y originalidad.
 
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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