sábado, 26 de octubre de 2013

¡GLORIA A PAPELAIDA!

Ópera de Giuseppe Verdi. Pedro Halffter, director musical. José Antonio Gutiérrez, director de escena; Iñigo Sampil, director del coro. Franca Squarciapino, vestuario. Albert Faura, iluminación. Ramón Oller, coreografía. Intérpretes: Tamara Wilson, Alfred Kim, Mª Luisa Corbacho, Mark S. Doss, Dmitry Ulyanov, Carlo Malinvero, Manuel de Diego, Inmaculada Águila. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Producción del Gran Teatro del Liceo de Barcelona y el Festival Internacional de Música de Santander. Teatro de la Maestranza, viernes 25 de octubre de 2013

Inmejorable la elección del Teatro de la Maestranza para abrir su temporada y cerrar el año del bicentenario del nacimiento de Verdi y Wagner. No en vano la antepenúltima ópera del compositor italiano se enmarca en su última etapa, muy influida por un lenguaje wagneriano que culminaría con Falstaff. Inmejorable también porque esta misma producción sirvió en 2001 para celebrar en Barcelona el centenario de la muerte del autor, por lo que esta reposición en Sevilla cierra todo un ciclo de efemérides que también se ha podido disfrutar en Santander y Oviedo a lo largo de estos doce años. Aida es además el título con el que nuestro teatro recuperó la gran ópera que le había caracterizado durante los fastos del 92. Después, y siempre en el 94, sólo se subieron a su escenario The Philip Glass Ensemble para representar La bella y la bestia, y The New York Harlem Theatre con Porgy and Bess, antes de que en octubre de ese año lo hiciera Hugo de Ana y una producción de Aída del propio Maestranza y el Teatro Comunale de Bolonia. Un título que además inauguró un fallido festival de Ópera al Aire Libre en el Auditorio de La Cartuja un año antes.

Lo más llamativo de esta producción del Liceo y el Festival de Santander lo conocíamos ya en fotografías y grabaciones: su suntuoso, único y espectacular decorado. Una obra maestra de Josep Mestres y Cabanes, escenógrafo del Liceo desde 1941 a 1956, cuyos trabajos excepto éste quedaron reducidos a cenizas en el incendio del teatro precisamente en 1994. Magistralmente restaurada por Jordi Castells para esa recuperación de 2001, esta Aída íntegramente de papel - de ahí el título de esta crónica, una a mi juicio genial ocurrencia de mi querido compañero Sera Campos - sigue los parámetros del trampantojo barroco, los cuales ya pudimos disfrutarlos hace unos años en una Parténope de Leonardo Vinci; pero va más allá, haciendo muy difícil distinguir entre lo que realmente está colocado en perspectiva y lo que únicamente crea la ilusión, como esos relieves falsos que decoran los edificios de la Liguria italiana. Se trata además de unas pinturas excepcionales que recrean con gusto e imaginación ese Egipto idealizado por los arqueólogos románticos de la misma época en la que vivió Verdi, preconizando de paso lo que sería un estilo habitual en el cine épico del Hollywood de los 50 a través de títulos como Sinuhé el egipcio o Los diez mandamientos, de la misma forma que la música de Verdi, con esos toques wagnerianos a los que hacíamos referencia, debió influir en las partituras de Newman, Herrmann, Bernstein o Tiomkin que ilustraron esas inolvidables películas. De esa manera, los decorados de Mestres y Cabanes se convierten en un elemento más que admirar en un espectáculo integral en el que se dan la mano, con mayor o menor fortuna, una serie de recursos para generar en el espectador esa sana ilusión que provoca la mezcla de música y artes escénicas en un mismo escenario. El vestuario de Squarciapino contribuye también a ese aspecto general en colores ocres y dorados que remiten a las arenas del desierto, mereciendo también destacarse la coreografía nada sencilla ni convencional de Ramón Oller, que alcanza su punto álgido en el segundo acto, con exhibiciones acrobáticas de primera categoría. Y el buen tino con el que José Antonio Gutiérrez ha sabido mover a sus personajes y figurantes en un escenario que en determinados momentos aparece saturado de gente.

La dirección musical de Halffter puede resultar discutible para los verdianos extremistas, por esa falta de temperamento y sentido del drama que le caracteriza. La suya no es la batuta de Muti, pero ni falta que le hace. En eso consiste precisamente la interpretación; las notas están ahí, el maestro es quien debe interpretarlas y darles la lectura que estime conveniente, que no siempre será del gusto de todos y todas. En nuestro caso, su sentido de la trasparencia, el equilibrio y el lirismo siempre nos ha gustado, y no fue esta una excepción. Ni siquiera llegó a asfixiar las voces, como en algunos circuitos se aseguró. Fue, todo lo contrario, meticuloso con los volúmenes y las dinámicas, y el resultado una Aída sentimental y majestuosa a partes iguales. Para ello contó con el trabajo siempre excepcional de la Sinfónica de Sevilla y las sensacionales prestaciones del Coro del Maestranza, que en cada nuevo reto se supera a sí mismo. Otra cosa fue el solo de Inmaculada Águila - a quien escuchamos hace unos días cantar la Cuarta de Mahler en versión de cámara en el concierto de inauguración del curso universitario - al frente del coro de sacerdotisas, áspera y con un toque fandango nada adecuado.

Precisamente respecto a las voces, la de Mª Luisa Corbacho tomó realmente la alternativa en el Maestranza, tras una Valquiria hace un par de años en la que su participación fue reducida, y un Trovatore que no llegó a cantar en Fibes el año pasado, y que originó una lamentable confusión en estas páginas y por extensión las de El Correo de Andalucía. Con un papel tan emblemático como el de Amneris, Corbacho exhibió unas habilidades más cerca del registro agudo que del grave que caracteriza a una mezzosoprano, con generosa proyección y considerable facilidad para la modulación, sólo mermada por alguna dificultad en el fiato y falta de relajación en la expresividad de la voz, algo que no se echó en falta en su trabajo como actriz, si bien hubiésemos preferido que el director de escena la hubiera decantado por la vertiente generosa y sufriente de la hija del faraón, en lugar de presentarla como una mujer malvada y amargada. Alfred Kim puede presumir de torrente de voz, pero su discurso es monocromático y muy escaso de sensibilidad y lirismo, si bien hay que reconocer que encaró Celeste Aida con solvencia, a pesar de su dificultad y de aparecer a poco de empezar la función. El bajo encargado de incorporar al malvado Ramfis bromea diciendo que sus amigos le llaman Ulyanov de Sevilla, lo que es una suerte para nosotros que podemos así disfrutar de su presencia escénica y su extraordinaria voz tan a menudo. También Mark S. Doss, a quien pudimos ver y escuchar la pasada temporada en Sarka y Cavalleria Rusticana, dio buenas muestras de sus dotes canoras e interpretativas. Tamara Wilson, hoy que conseguir buenas Aídas resulta una empresa complicada, consigue imprimir a su personaje de nobleza y sensibilidad, con ciertos toques de melancolía, a pesar de que su voz se antoja pequeña y su expresividad escénica muy limitada. Pero sus pianissimi en momentos como el final de Ritorna vincitor! fueron realmente conmovedores. En pareja Wilson y Kim no lograron química alguna hasta el final, en el que se atisbó algo más de complicidad entre ellos. En definitiva podemos decir que esta Aída resultó sumamente entretenida, gratificante y convincente, muy a la altura de las expectativas y de un teatro que capea la crisis como puede y lo consigue con sobresaliente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario