Parece mentira que alguien tan vitalista, con tanta energía, tan activo, con tanto que hacer y regalar, desaparezca así, de la noche a la mañana, dejándonos con ganas de más y con esa inexplicable sensación cada vez que desaparece alguien a quien apreciamos de... y ahora qué, cómo es posible. Así recuerdo a Chéreau la única vez que le vi en persona aquí en Sevilla, su ciudad de adopción, donde residía de vez en cuando, en su casa de la calle Castellar en el barrio de la Alameda. Fue en el Teatro Central, espacio en el que presentó algunas de sus más celebradas creaciones. En aquella ocasión, no recuerdo cuántos años hace, ofreció una conferencia ilustrada sobre su trabajo como director de escena lírico, centrándose especialmente en el Don Giovanni de Mozart que dirigió para Daniel Barenboim y el Festival de Salzburgo. Y era así, vitalista, fuerte y arrollador, lleno de entusiasmo, de ideas y de creatividad, y sobre todo me llama mucho más la atención ahora que entonces lo sano que era y la complexión física que gastaba, impensable para alguien a quien tendría que retirarlo el cruel y desalmado cáncer.
Quienes amamos el cine lo disfrutamos en películas tan singulares como La reina Margot, que le valió el Premio del Jurado en Cannes y tenía a una deslumbrante Isabelle Adjani como protagonista; Los que me quieren cogerán el tren, un éxito generacional en Francia y premio César al mejor director de 1998; Intimidad, una muy atrevida cinta que le hizo merecer el Oso de Oro en Berlín en 2001; Su hermano, un delicado melodrama con el que ganó el Oso de Plata al mejor director en el mismo certamen dos años después; y Gabrielle, su última película estrenada entre nosotros, con una imprescindible, como siempre, Isabelle Huppert.

Pues sí, yo también me pregunto cómo es posible que el Maestranza desaprovechara la oportunidad de tener una producción propia firmada por Chéreau.
ResponderEliminar