Turquía-Bosnia Herzegovina 2011 150 min.
Dirección Nuri Bilge Ceylan Guión Nuri Bilge Ceylan, Ebru Ceylan y Ercan Kesal Fotografía Gökhan Tiryaki Intérpretes Muhammet Uzuner, Taner Birsel, Yilmaz Erdogan, Ahmet Muntaz Taylan, Firat Tanis, Ercan Kesal, Burhan Yildiz Estreno en España 22 marzo 2013 (en Sevilla 25 octubre)
Las tomas largas, la cámara inmóvil o el uso de alta tecnología son constantes que caracterizan el cine de Nuri Bilge Ceylan, el más internacional y reconocido de los realizadores turcos actuales. Como Lejano, Los climas o Tres monos, nos encontramos de nuevo ante un drama existencial deliberadamente lento, en el que la imagen y la palabra se dan la mano para crear poesía. La cinta se basa en la experiencia personal de un médico durante una investigación criminal, que participa en el guión junto al realizador y su esposa, y además incorpora en el film al alcalde de una pequeña localidad. Como en Lejano, confronta el mundo rural y el urbano, pero esta vez anclándose en el primero, las frías estepas de la región turca de Anatolia o Asia Menor, en la intersección entre las partes europea y asiática del país. Allí un grupo de hombres buscan el cadáver de un asesinado según las indicaciones de su verdugo, tan desubicado como desorientado. De entre ellos sobresale el comisario, su simpleza y brutalidad, para más adelante centrarse toda la atención en otros dos personajes, más refinados y existenciales, el forense y el fiscal. En ellos despliega Bilge Ceylan todo su discurso sobre la vida y la muerte, el pasado que ya no volverá, el incierto futuro, la pérdida del rumbo, la lucha con el destino… todo ello enmarcado en un ambiente eminentemente machista, en el que la sola presencia de una joven de notable y angelical belleza provocará una emoción contenida en el contexto sórdido de una investigación criminal extenuante y oscura, erigiéndose en bisagra de un film meticulosamente estructurado y diseñado. Pero para provocar estas sensaciones y dejarse llevar por su discurrir, inspirado e influido por Chéjov, se requiere la complicidad del espectador, dispuesto a dejarse llevar no solo por su escueta pero significativa trama, sino también por su alta carga simbólica, sus momentos de pura contemplación, y su maremágnum de sonidos, luces y sombras en el que estos dos hombres, urbanitas obligados a convivir durante unos instantes en un mundo anclado en la tradición y ajeno a las condiciones de esa Europa en la que el país parece querer integrarse, se cuestionan su propia existencia. Un paseo por la muerte y la vida, la noche y el día, los muertos y los niños que juegan, que le valió al carismático realizador el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes de 2011.
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