Dirección Manuel Martín Cuenca Guión Manuel Martín Cuenca y Alejandro Hernández, libremente inspirado en la novela de Humberto Arenal Fotografía Pau Esteve Birba Intérpretes Antonio de la Torre, Olimpia Melinte, Alfonsa Rosso, Manolo Solo
Estreno 11 octubre 2013
El director almeriense Manuel Martín Cuenca explora relaciones románticas en entornos singulares. En La flaqueza del bolchevique era una investigación criminal, en La mitad de Óscar un reencuentro entre hermanos. Ahora va más allá, ambientando el romanticismo en una truculenta historia protagonizada por un asesino que se come a sus víctimas, hermosas mujeres por las que siente una fuerte atracción. Su profesión, sastre, le obliga a vestir elegantemente; su residencia, Granada, condiciona una fuerte relación con la Iglesia, a través de sus servicios para cofradías y parroquias, algo que se potencia ya desde el cartel publicitario a modo de Piedad. Así se va tejiendo su definición y vamos conociendo su controvertido y contradictorio perfil. Lo tiene todo controlado para dar rienda suelta a su insaciable apetito, hasta que surge algo que no puede dominar y que perturba su particular orden de las cosas. No son pocos los directores que sucumben a la fascinación que provoca el clásico de Hitchcock Vértigo, y aquí Cuenca parece adherirse a esa corriente incluyendo en la trama dos hermanas rumanas, una rubia y la otra morena (en alguna ocasión incluso viste una rebeca de color lila); pero el caníbal no ejerce de pigmalión de la segunda, sino que nos encontramos ante una versión en negativo de la fascinación que sentía James Stewart por Madeleine. Aquí es al revés, siente más bien animadversión por la atrevida y extrovertida rubia, mientras su hermana, morena y mucho más discreta, lo desorienta, mostrándolo como un ser con sentimientos, capaz de amar y de sentir, lo que en su calculada existencia es un inconveniente. Con ritmo pausado y una estética cuidada hasta el último detalle, con esa Granada que funciona como la inevitable ciudad de provincias en la que esos instintos criminales y malsanos parecen aflorar con más facilidad y de forma más siniestra; y una fotografía preciosista que saca el máximo provecho de los paisajes helados que simbolizan el alma fría del protagonista, a la que su víctima propiciatoria intentará dar algo de calor. Pero el apetito no tiene límites, y las situaciones para saciarlo revelan a un realizador dotado para poner en escena situaciones llenas de tensión y extrema crueldad.
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