No nos queda más remedio que reconocer lo necesario que es programar obras tan transitadas y socorridas como la Novena de Beethoven para llenar espacios y hacer caja, lo que traducido en una temporada tan restringida y accidentada como la recién terminada se hace aún más necesario y urgente. Tras unos conciertos de abono de sobresaliente sin los aforos merecidos, el Maestranza registró anoche por fin un lleno total, a excepción de las sempiternas butacas para invitados lo suficientemente desconsiderados para no asistir y no avisar para que sus localidades sean aprovechadas por otros aficionados o aficionadas que se han quedado fuera. Un lleno que se repetirá esta noche y se disfrutó también en aquella gala lírica del treinta aniversario del coliseo que comandó también la batuta de Juanjo Mena.
En los últimos años han sido muchas las ocasiones en que orquesta y coro han abordado tan insigne y popular página, con Halffter en una furiosa versión en 2011 y otra más convencional en 2015, y con Axelrod dirigiendo a un estelar elenco que incluyó a Wallis Giunta y Willard White en 2017, coincidiendo también entonces como ahora con el noveno programa de la Sinfónica. En todas esas ocasiones la pieza se combinó con otra de proporciones más reducidas, como Un superviviente en Varsovia, de Schönberg o el Ninth Symphonic Remix de Gabriel Prokofiev. Siguiendo ahora la costumbre ya asentada de ofrecer programas muy breves, justificado por la ausencia de pausa pero que en realidad se viene imponiendo desde antes de la pandemia, esta vez la Novena se interpretó sola, sin prólogos ni preámbulos.
Una arquitectura compleja
La de Mena fue una versión de texturas gruesas y, salvo en el adagio, ásperas, así como líneas difusas y a menudo enmarañadas. Conscientes del trabajo titánico que supone levantar una partitura tan compleja como esta, algo que su popularidad pone aún más difícil, sobre todo de cara a paladares exigentes, no podemos sin embargo pasar por alto sus deficiencias y limitaciones, siempre dentro de un conjunto en líneas generales satisfactorio y afín a sus intenciones. Mena cargó las tintas en el drama y la tragedia en un allegro inicial que arrancó con más incertidumbre que misterio, en el que los tutti fortissimi y los pianissimi se combinaron con naturalidad no exenta de puntuales efectismos y una estruendosa participación de los timbales. Sobró aquí tanta fuerza elemental en detrimento de una mayor espontaneidad dionisiaca. El scherzo se resolvió sin embargo con mucha vitalidad y energía, henchido de ritmo y provocación aunque dentro siempre de unas coordenadas muy convencionales. Mena acertó en el adagio en fluidez y morbidez, siempre sinuoso y melancólico, aunque echáramos en falta algo más de dolor contemplativo y humildad en las medias voces. En todo momento las prestaciones del conjunto instrumental fueron suficientemente solventes y satisfactorias, hasta desembocar en un arranque del finale discretamente apoteósico, en el que ahora sí la recuperación de los temas principales de los movimientos anteriores se manifestó diáfana y sensible.
Lojendio, Faus, Sanabria y López |
La proyección de los textos de Schiller fue todo un acierto y un detalle. Todos y todas nos invitaron con un carácter eminentemente épico y espectacular a esa nunca antes tan necesaria confraternización europea, manifestada en esta penosa época en la que tanto se ha notado la solidaridad entre países y la tan necesaria colaboración ante el enemigo común. Una Europa justificada humanitariamente y a la que la Novena puso un perfecto broche de oro en una temporada tan afectada por este concepto.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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