Rusia 2020 120 min.
Dirección Andrei Konchalovsky Guion Elena Kiseleva y Andrei Konchalovsky Fotografía Andrey Naidenov Intérpretes Yuliya Vysotskaya, Vladislav Komarov, Alexander Maskelyne, Andrei Gusev, Yulia Burova, Sergei Erlish Estreno en el Festival de Venecia 7 septiembre 2020; en el Festival de Sevilla 9 noviembre 2020; en Rusia 12 noviembre 2020; en España 9 julio 2021
Lo estamos viendo últimamente en las noticias que nos llegan de Cuba. Los regímenes, por muy autoritarios que sean, sobreviven, algunos a duras penas, mientras al pueblo no se le niegue el alimento. El bolsillo y el estómago es lo único que el hombre defiende a capa y espada por instinto. Lo hemos visto también aquí en un pasado reciente, cómo por muchos avances sociales en derechos y libertades, y por mucho que se terminase de raíz con la lacra del terrorismo, una equivocada gestión económica es capaz de acabar con un gobierno legítimo.
Siberiada y El cartero de las noches blancas sirven de paréntesis en la filmografía de Andrei Konchalovsky, fundamentalmente centrada en su largo periplo estadounidense, en el que se especializó en cine de cierta calidad pero hechuras de serie B, con cintas como El tren del infierno, Ansias de vivir, Vidas distantes, Homer y Eddie, Tango y Cash, El círculo del poder y una versión televisiva de El león en invierno. En Queridos camaradas, título irónico extraído de una popular canción soviética incluida en la banda sonora de una de las muchas películas propagandísticas del régimen, Konchalovsky recrea la masacre de Novocherkask, cuando en junio de 1962 los obreros de una fábrica de motores fueron a la huelga por la bajada de sueldos y la subida del precio de los alimentos, siendo reprimidos sanguinariamente por el KGB (Comité para la Seguridad del Estado), aunque aparentemente la responsabilidad fuera del ejército. La cinta se centra fundamentalmente en el esfuerzo del gobierno por silenciar lo ocurrido, algo también muy común incluso en los regímenes presuntamente democráticos, mientras para darle enjundia dramática, el argumento sigue la odisea de una afiliada y activista del partido cuya hija ha desaparecido en el incidente.
El director ruso combina la narrativa clásica aprendida en el cine americano con las hechuras europeas, más concretamente la última ola del centro de Europa que ilustra problemas relacionados con el antiguo telón de acero en blanco y negro y formato de pantalla reducido. El peso dramático lo lleva sobre todo la actriz Yuliya Vysotskaya, mientras el director exhibe buena mano y seriedad absoluta en su forma de ilustrar los acontecimientos, siempre desde un supuesto punto de vista neutral, como una crónica de la que cada cual es capaz de sacar sus propias conclusiones. Su trabajo le valió el Premio Especial del Jurado en Venecia y el de mejor director en el Festival de Chicago, mientras el de Sevilla lo incluyó en su sección oficial.
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