Foto: Actidea |
Las Noches del Alcázar afrontan sus últimas veladas rodeadas de propuestas decibélicas desde la Plaza de España y la Maestranza, sin que eso llegue a enturbiar el recogimiento que marcan conciertos tan estimulantes como el que se espera esta noche de la mano de las cuatro jóvenes integrantes del Cuarteto Koré, y el que protagonizaron anoche el excelente flautista Rafael Ruibérriz de Torres, un habitual de estas citas veraniegas, y la pianista Cristina Lucio-Villegas, mucho menos pródiga en los escenarios locales de lo que desearíamos pero igualmente estupenda en técnica y criterio interpretativo.
Vámonos a la Belle Époque parisina, anunciaba Ruibérriz antes de su alocución a propósito de la obra de Charles-Wilfrid de Bériot, nieto del sevillano Manuel García, hijo de María Malibrán y el también músico Charles Auguste de Bériot, y sobrino de Pauline Viardot, quien lo crio ante la repentina muerte de la famosa soprano cuando nuestro protagonista solo tenía tres años. Su obra, en contraposición a la excelsa partitura de Franck que ocupó la segunda parte y dio pretexto a esta cita conmemorativa del bicentenario del autor, debía reflejar la antigua escuela, una forma de componer para conjunto reducido más cerca del ya por aquel entonces vetusto romanticismo y más proclive a ser interpretada en espacios domésticos que en grandes salas de concierto. De esta manera, la de Franck debía representar la ruptura revolucionaria que la convertiría en obra maestra absoluta y una nueva ventana al futuro en la música gala. Sin embargo la gracia y el encanto de esta Sonata para flauta de Bériot, quizás por el desparpajo con que la abordó Ruibérriz, hizo que nos sonara fresca y moderna, puede incluso que más cercana a esa forma de hacer música ligera en el país vecino, tan popular sobre todo durante el pasado siglo. La pieza atesora preciosas melodías y vertiginosas habilidades que los intérpretes supieron resolver sin ningún tipo de dificultad aparente, lo que les llevó a transmitir toda la fuerza de su allegro inicial, la dulzura del adagio central, no exento de contrastes bien definidos y perfectamente articulados, y la contagiosa jovialidad del allegretto final. Aunque en un principio pudiera parecer que les costó sintonizar y parecía que cada uno y una iban por su lado, rápidamente salvaron el escollo y lucieron un diálogo fluido y perfectamente entonado.
La Sonata de Franck se programa tan a menudo que sus melodías suenan familiares incluso a oídos poco curtidos, y en versión para flauta sorprendió por su carácter más amable y menos trágico. Ruibérriz la afrontó desde el cariño, mientras Lucio-Villegas asumió el elemento armónico con total desenfado y responsabilidad. Así se potenció el carácter acunador del allegro ben moderato inicial, con la flauta sonando ligera y cantarina y el piano potenciando su ritmo incansable. Más apasionado y con ciertos ribetes trágicos resultó el allegro que le sigue, con largos trinos a cargo de la flauta, siempre potente y magníficamente entonada, y figuraciones nerviosas en el piano, creando un clima impetuoso y anhelante que desemboca en el recitativo fantasía posterior con un diálogo de intenso y emotivo lirismo, y más tarde en la brillante coda con la que Franck puso fin a esta extraordinaria y bellísima página.
Aunque ya está corregido, inicialmente me hice un lío con los parentescos de Bériot y la familia García, y no debido a la confusión sino al despiste. Primero le adjudiqué al compositor al rol de yerno de García, luego me di cuenta de que era el nieto pero me inventé a causa del lapsus anterior el parentesco de nieto político, del todo inadecuado por inexistente. Por si fuera poco hoy me he dado cuenta de que en esa misma línea de errores cité a Viardot como cuñada del protagonista, cuando en realidad era su tía. He ido dándome cuenta de estos errores paulatinamente, pero no he querido molestar a los encargados de edición del periódico, por lo que se mantienen en El Correo de Andalucía. A quien me lea le pido disculpas por estos lapsus que tanto me avergüenzan. Gracias
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